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Cuestión de excesos

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En las últimas décadas la comunidad científica ha puesto el ojo en el medio ambiente: asuntos como el calentamiento global o el uso de fuentes renovables de energía son atendidos urgentemente para buscar soluciones eficientes y menos contaminantes, económicamente viables, socialmente aceptables y ecológicamente racionales, porque la amenaza de un colapso parece ser cada vez más real.

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La idea del fin del mundo es tan antigua como el miedo. Pero en aquellos finales imaginados las causas eran incontrolables para la humanidad: erupciones volcánicas que incinerarían todo a su paso, océanos desbordados, pandemias lacerantes, asteroides o cometas que habrían de impactar a la Tierra. A partir de los años sesenta del siglo xx, los temores se transformaron con la publicación de Primavera silenciosa, de la zoóloga estadunidense Rachel Carson: la humanidad misma se convirtió en el villano potencial para llevar a nuestro mundo a su fin o —siendo más precisos— para contribuir significativamente a la extinción de nuestra especie sobre la faz de la Tierra, a causa de nuestro comportamiento negligente: la contaminación del aire, el agua y los suelos, la deforestación masiva, el despilfarro de energía y de alimentos, el crecimiento acelerado de la población…

El planeta dejó de parecernos un manantial infinito y se nos reveló como un enfermo más o menos moribundo.

Por eso en las últimas décadas la comunidad científica ha puesto el ojo en el medio ambiente: asuntos como el calentamiento global o el uso de fuentes renovables de energía son atendidos urgentemente para buscar soluciones eficientes y menos contaminantes, económicamente viables, socialmente aceptables y ecológicamente racionales (aunque todavía sin éxito rotundo), porque la amenaza de un colapso parece ser cada vez más real. Ya hace unos años, el versátil científico estadunidense Jared Diamond sugirió las razones básicas por las que las sociedades del pasado se extinguieron —interesante manual de instrucciones para construir el futuro—, y el factor común de todas ellas es el manejo incorrecto de los recursos naturales.

Quizás la humanidad no represente una amenaza seria para la longevidad de este planeta que tanto nos ha soportado durante 4 mil 500 millones de años, pero sí podemos ser un riesgo para nosotros mismos. Octavio Paz lo advirtió: “Nuestro irreflexivo culto al progreso y los avances mismos de nuestra lucha por dominar la naturaleza se han convertido en una carrera suicida. En el momento en el que comenzamos a descifrar los secretos de las galaxias y de las partículas atómicas, los enigmas de la biología molecular y los del origen de la vida, hemos herido en su centro a la naturaleza. Por esto, cualesquiera que sean las formas de organización política y social que adopten las naciones, la cuestión más inmediata y apremiante es la supervivencia del medio natural. Defender a la naturaleza es defender a los hombres”. m

 

Para leer

:: Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, de Jared Diamond (Debate, 2006).

:: Primavera silenciosa, de Rachel Carson (Crítica, 2010).

:: La economía azul, de Gunter Pauli (Tusquets, 2011).

En la web

::¿Cuánto de los recursos naturales necesitamos realmente para subsistir?

Herramienta electrónica para calcular la huella ecológica.

::Conferencia People and Planet, del científico británico David Attenborough.


Lo que dicen las religiones

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Más allá de la cercanía supuesta de la fecha fatal, es una cuestión de interpretación que, para muchos, puede derivar en una toma de postura. Así, mientras algunos dejan pasar el tema, otros recurren a las profecías o a las religiones para comprender lo que sobrevendrá. Y las distintas tradiciones religiosas tienen, todas, un discurso al respecto.

¿El fin del mundo está cerca? Como todo lo que existe, esto tiene enormes posibilidades de acabar. Pero no es sencillo predecir la fecha, mucho menos la forma.

Los pregoneros hablan de señales: crisis financiera, huracanes, sismos, desbordamiento de ríos, destrucción total, guerras, hambres. Y, aunque es posible, estos datos hablan, más que del fin del mundo, de otras dos cosas: el comportamiento de la naturaleza, por un lado, y por otro, la acción humana sobre la misma naturaleza y respecto a nosotros mismos.

Más allá de la cercanía supuesta de la fecha fatal, es una cuestión de interpretación que, para muchos, puede derivar en una toma de postura. Así, mientras algunos dejan pasar el tema, otros recurren a las profecías o a las religiones para comprender lo que sobrevendrá. Las distintas tradiciones religiosas tienen un discurso al respecto: unas lo utilizan como el centro de su predicación, en tanto que otras prefieren mandarlo al silencio de los muertos.

Una visión sintética sobre el fin del mundo según las distintas tradiciones religiosas puede ser un balde de agua fría para quienes piensan que pronto se acabará la vida en esta tierra, pues en algunos casos no necesariamente piensan en el aniquilamiento.

 

Al estilo judío


El fin del mundo en el judaísmo está supeditado a las relaciones entre los seres humanos. Dios establece una Alianza con el hombre que, cuando se rompe, se expresa en la desolación. Al ideal de vivir a imagen y semejanza de Dios, el judaísmo lo llamó tiempo mesiánico, como lo plantea Isaías: “He aquí, yo creo cielos nuevos y una tierra nueva [...] El lobo y el cordero pacerán juntos...”.

En sentido estricto, el fin del mundo no es problema para el judaísmo, pues la promesa de Dios permanece: es abrirse a nuevas posibilidades de vivir el encuentro en clave mesiánica.

 

Las tradiciones mexicanas


En la mentalidad indígena, el concepto fin del mundo remite al cierre de un ciclo y a la apertura de otro. Esta idea surge de la observación de la naturaleza. El tiempo es, entonces, cuestión de posibilidades, de siembra y de cosecha. El fin del mundo es acabamiento de posibilidades, o cierre de ciclos representado por la cosecha de lo trabajado. Pero esta idea no está asociada con el cambio de conciencia sino con la clara conciencia de lo que se es y se vive; por eso, para la tradición náhuatl, lo central en el tiempo es “formar el rostro sabio y el corazón fuerte como la roca”, es decir, la inteligencia y la voluntad.

 

El Islam: día del juicio


El Corán comienza señalando que Alá es el Soberano del Día del Juicio, y el dispensador de todos los bienes. De modo que el fin del mundo es uno de los bienes que el hombre necesita de Dios.

El Día del Juicio, según la Sura 99, será “cuando la Tierra se sacuda por el gran terremoto, y expulse su carga —haciendo surgir a los muertos de sus tumbas—, y el hombre diga: ‘¿Qué le sucede?’. Ese día, la Tierra dará testimonio —atestiguando el bien y el mal que se hubiere cometido sobre ella. Lo hará por orden de su Señor. Entonces, los hombres acudirán en grupos [al lugar del juicio] para comparecer ante su Señor y conocer el resultado de sus obras. Quien haya realizado una obra de bien, por pequeña que fuere, verá su recompensa. Y quien haya realizado una mala obra, por pequeña que fuere, verá su castigo”.

En la tradición musulmana, el fin del mundo es algo real, es el momento de la distinción radical por las obras; algo que conviene al hombre que vive fiel a Dios.

 

Desde el cristianismo


La tradición cristiana habla del fin del mundo de diversas maneras; sin embargo, nada indica sobre su desenlace. El Apocalipsis no es sino un texto que muestra la victoria de los creyentes en Jesús, en un entorno conflictivo. Es un texto de esperanza.

El fin de los tiempos es la expectativa ante la venida de Jesús que inaugurará cielos nuevos y una tierra nueva. Se trata de esperar y trabajar, de forma comprometida y solidaria, por la construcción de un estado de cosas y relaciones distinto, que el Nuevo Testamento llama Reino de Dios.

El Apocalipsis puede esperar

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“Todos los seres vivos dependen de su habilidad para entender la realidad en la que viven”, nos recuerda el investigador y divulgador de la ciencia Marcelino Cereijido. En esa probada cualidad para ayudarnos a observar, evaluar e interpretar la realidad se localiza el valor de la ciencia. Es decir, nos sirve para leer el mundo y construir un relato que nos lo explique. Porque mantenemos una predilección por creer que detrás de cada hecho debe existir un motivo, se nos antoja que todo tuvo un principio y nos parece irresistible el impulso de anticipar el desenlace de cualquier evento, desde el marcador de un partido de futbol hasta inferir cómo y cuándo se extinguirá la humanidad.

Sin embargo, las predicciones de los científicos no son infalibles. Se trata de modelos construidos con una metodología rigurosa, con cierto grado de credibilidad, que oscilan entre lo posible y lo probable: es imposible que de la materia inerte surja algo vivo, como anhelaban los obstinados defensores de la generación espontánea; en cambio, es poco probable que nuestro Puente Atirantado —ese elogio al dispendio de los materiales—, en Guadalajara, se desmorone sobre la avenida López Mateos, y resulta altamente probable que los pulmones de un fumador sean inutilizados por el cáncer.

Pero es difícil confeccionar un pronóstico certero sobre las probabilidades del posible fin del mundo, aunque nos empeñemos en apresurar una fecha, adelantar unas causas, como lo demuestra José Emilio Pacheco: “El 18 de mayo del 50 / Se va a acabar el mundo. / Confiésate y comulga y encomienda tu alma / A la misericordia de Dios Padre / Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros. // Todo esto me dijeron varias personas. / El 18 de mayo esperé el terremoto, / El diluvio de fuego, la bomba atómica. / Como es obvio, no pasó nada. // Hay otras fechas para el fin del mundo”.

 

Cinco posibles finales del mundo y de la humanidad

Mala sincronización.

Una gran diversidad de pequeños objetos se acerca constantemente a la superficie terrestre, sin consecuencias significativas porque se desintegran en su paso por la atmósfera de nuestro planeta. Pero hay evidencia de la posibilidad de que cada 100 millones de años algún cometa o meteorito de tamaño considerable impacte la Tierra con resultados desastrosos para los seres vivos; se supone que las últimas extinciones masivas —la que acabó con los dinosaurios, por ejemplo— han sido consecuencia de choques de esta naturaleza.

Adiós al Sol.

 

Se han hecho estimaciones razonadas de que dentro de unos 5 mil o 6 mil millones de años nuestra estrella, que provee las condiciones necesarias para la vida sobre el planeta, terminará su proceso evolutivo hasta convertirse en una estrella gigante roja que posiblemente devastaría a los vecinos más cercanos: con seguridad Mercurio y Venus, y tal vez también la Tierra, donde la vida animal y la vegetal desaparecerían debido a la falta de oxígeno en la atmósfera, convirtiendo al planeta en un hostil desierto.

 

La muerte chiquita.

Uno de los fenómenos más letales para la humanidad tiene que ver con las diminutas y virulentas plagas; hay registros de invencibles pandemias en siglos pasados. La probable mutación de algún virus, o el posible contagio masivo por alguna bacteria, son riesgos latentes para la vida —principalmente humana— en el planeta. Aunque no debemos olvidar que antecesores nuestros como el Homo erectus caminaron sobre la faz de la Tierra durante al menos un millón y medio de años, mientras que su versión mejorada, el Homo sapiens, apenas lleva unos 200 mil años de existencia.

 

Ríos de fuego. 

Para muchos geólogos, el comportamiento íntimo de nuestro planeta es una secuencia rítmica de proceso con largas duraciones. Entre ellas, erupciones volcánicas de grandes dimensiones. Incluso han llegado a sugerir que cada 100 mil años algún megavolcán se manifiesta liberando una cantidad de energía inconmensurable, lo que provoca deforestaciones a lo largo de enormes áreas y logrando que la temperatura promedio de la Tierra ascienda brutalmente, con resultados mortíferos para buena parte de la vida terrestre.

 

Catástrofe radioactiva.

El Reloj del Apocalipsis fue diseñado después de la II Guerra Mundial por un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago que participó en el Proyecto Manhattan, construyendo las primeras bombas atómicas. Su objetivo es alertarnos sobre el riesgo de un desastre atómico irreversible y fulminante para el planeta. En 1947, el reloj marcaba las 23:53 horas de la noche, advirtiendo que la medianoche representaría el fin de la humanidad. Con el paso de los años, el reloj se ha adelantado hasta las 23:58 en 1953 y se ha retrasado hasta las 23:43 en 1991. Ahora, después del accidente de los reactores nucleares en Fukushima en 2011, marca las 23:55.

Siete diferentes finales del mundo

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Cada determinado tiempo, los amantes del fin del mundo viven su fiesta particular con la llegada de la que será, ahora sí, la fecha definitiva para que todo deje de existir. Aquí presentamos siete pequeñas historias relacionadas, cómo no, con el final de los tiempos.

La aniquilación progresiva

Una forma realista de enfocar el fin del mundo consiste en comprender que éste progresa cada que una especie zoológica o botánica se extingue, alterando los ecosistemas. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (IUCN por sus siglas en inglés) ha llevado, desde hace más de cuarenta años, un índice pormenorizado de ese progreso a través de su Lista Roja, que registra el estatus de peligro que corren las especies amenazadas. Por otro lado, la Alianza para la Extinción Zero, una agrupación de organizaciones no gubernamentales, lucha por prevenir que el mundo vaya acabándose así.


Adelantarse al final

“La extinción humana voluntaria es la alternativa humanitaria para los desastres humanos”: es la conclusión a la que han llegado los integrantes de un movimiento ambientalista radical cuyo objetivo es suprimir la presencia del Homo sapiens en el planeta que tanto ha dañado. El Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, fundado en 1991, propone que, para evitar el fin del mundo, dejemos de reproducirnos, a fin de que la Tierra “recupere su buena salud”. Los voluntarios, según se explica en su sitio web, “aman a los bebés tanto como cualquiera. Pero tener bebés no es el problema: tener adultos es lo que causa los problemas”.

 

El mundo se acaba cada 14 días

Tommy George es un anciano de aborigen australiano, distinguido con un doctorado honoris causa por la Universidad James Cook por su conocimiento ancestral. También es el último hablante de la lengua agu-alaya, del pueblo Kuku Thaypan, y cuando muera, desaparecerá con él un mundo cuya historia se remonta miles de años. A fin de rescatar lo más que se pueda de esos mundos condenados a desaparecer con la extinción de las palabras que los nombran, nació el Proyecto Voces Perdurables de National Geographic, que recientemente dio a conocer sus “diccionarios parlantes”, una colección de grabaciones de los últimos hablantes de las lenguas que mueren a razón de una cada 14 días.

 

La música del Apocalipsis

Inspirado en una cita del Apocalipsis de San Juan (“Vi un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo, revestido de una nube y con un arco iris sobre la cabeza...”), el francés Olivier Messiaen compuso el Cuarteto para el fin de los tiempospara clarinete, violonchelo, violín y piano cuando estaba prisionero en un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Los intérpretes del estreno mundial, que tuvo lugar ahí mismo, el 15 de enero de 1941, fueron el propio compositor al piano (un instrumento desvencijado que se pudo conseguir) y tres compañeros. El público: presos y vigilantes.

 

Error de cálculo

Desde principios de 2011, más de 3 mil anuncios espectaculares aparecieron por varios países anunciando que el Juicio Final empezaría el 21 de mayo de ese año, para terminar (y con él toda forma de vida en la Tierra) cinco meses después. La campaña fue financiada por el multimillonario Harold Camping, propietario de una cadena radiofónica religiosa y quien ya en 1996 había lanzado una predicción parecida. Luego de equivocarse nuevamente, después del 21 de octubre no se volvió a saber de él —por más que su movimiento hubiera sumado los entusiasmos de miles de seguidores que se deshicieron de propiedades, cancelaron planes y se dispusieron a esperar el cumplimiento de la profecía.

 

Un negocio interminable

Apasionado por un tema que ha cautivado a la humanidad desde que se tiene memoria, el novelista mexicano Ignacio Padilla publicó, este 2012, La industria del fin del mundo, un ensayo que examina la fascinación de las civilizaciones por la escatología (y el provecho que muchos han sacado). En una entrevista, Padilla afirmó: “Hay que creer que nos va a tocar a nosotros, que los malos van a recibir su merecido y que nosotros vamos a sobrevivir: ésa es la mecánica apocalíptica”. El libro comenzó a ser escrito durante la epidemia de influenza de 2010, cuando abundaron las escenas catastróficas, y llevó a su autor a la isla de Patmos, donde San Juan escribió el Apocalipsis.

La industria del fin del mundo, de Ignacio Padilla. (Taurus, México, 2012).

 

En el lugar y el momento precisos

Dado que el furor actual por la inminencia del fin procede de determinadas interpretaciones de la cuenta del tiempo que llevaban los mayas, es en los territorios que ocuparon donde puede esperarse que se concentre la atención el 21 de diciembre. Y hay que aprovecharlo: así nació la Organización Mundo Maya, que agrupa a México, Belice, Guatemala, El Salvador y Honduras con el fin de explotar el interés turístico que suscita la proximidad de la fecha. Por lo que toca a nuestro país, en el sitio Mundo Maya 2012 puede disponerse de amplia información para viajar ahí. Para tomar las debidas previsiones, un reloj marca la cuenta regresiva para “el fin de una era”

Los fantasmas de Leandra

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Su nombre completo es Leandra Paz Araneda Lezana. Tiene 33 años. Es madre soltera de cinco hijos —tres hijos de sangre y dos más adoptados— y hasta hace unos días antes de nuestro encuentro se mantenía gracias a una pequeña empresa de banquetes. Leandra es una de esas mujeres que no aparecen en la portada de las revistas de moda: complexión gruesa, cabello castaño largo, ojos verdes y cara ovalada. Sus rasgos la homogeneizan entre los miles de santiaguinos. Sin embargo, un pequeño matiz a distancia la hace salir del anonimato colectivo, y no es precisamente la abertura que tiene entre sus dos dientes frontales —blancos y grandes—: Leandra es una luchadora social. Este 'nuevo' oficio que las falsas democracias se encargaron de crear y que no cuenta con nombre propio ni con un sustantivo que lo definía.

La dinámica diaria de Ale (como también se le conoce) dista de un orden simétrico. Y es que en la franja no hay horarios: "La noche es día, el día es noche", dice. Ale es coordinadora de la Asociación de Padres y Apoderados en la Defensa de la Educación (CORPADE). También forma parte de un grupo de protectores de los derechos de los animales. Hoy ha dormido nueve horas. Ayer no durmió, al igual que hace tres días. Las últimas tomas de los liceos han matado de golpe su descanso. En la lucha no hay recompensas monetarias ni descanso. "La última toma fue en un liceo en Puente Alto. Todo ocurrió en plena madrugada: sonó el celular, me vestí y salí de casa para auxiliar a cinco chicos que habían sido golpeados y maltratados por los guardias del centro, porque pensaban que querían asaltar el lugar. Una cosa ridícula".

Según cuenta Leandra, la escena era atemorizante: los niños victimizados mostraban heridas en sus brazos, piernas y espaldas. A uno de ellos un guardia le rompió la cabeza de un palazo. “Fue inaudito. Los guardias llegaron primero a la comisaría que nosotros, pues nos demoramos en internar al chico; y al final, los uniformados denunciaron primero los hechos. Esto causó que, en cuanto el niño afectado fue dado de alta, se lo llevaran  a la comisaría a declarar”.

Chile es un contraste. Aquí no hay medias tintas ni medios golpes. Según Leandra, los temas de actualidad para la mayoría de las familias chilenas están prohibidos en la mesa. "Aquí la gente ve la televisión o los periódicos de circulación nacional, entonces, el enfoque que se le da a cualquier 'movimiento' siempre es dirigido hacia a la violencia o a los encapuchados. La gente se queda con esa idea de que están pidiendo algo imposible. Parece como que se hubiesen acostumbrado a quedarse con lo que hay. La gente ya no tiene ganas de pelear”, musita y luego bebe un sorbo de su té de manzana natural.

La realidad no es ajena a nadie y bien lo sabe Leandra, quien es el claro ejemplo de contrastes: pertenece a una familia de derecha, conformada por ex militares y carabineros partidarios de la dictadura de Pinochet que azotó al país sudamericano por más de una década. "Que yo salga a la calle y que esté en contra de ese gobierno genera desgaste entre los míos", dice Leandra, quien se define como la “oveja negra” de la familia. "Yo siempre estuve en un núcleo en donde no se conocía la realidad del país. Vi muy poco lo que fue la dictadura cuando era chica. Nunca supe que hubo desaparecidos. Pasaron muchos años para que yo me diera cuenta de lo que sucedía en el país".

Es posible imaginarlo: todos los días Leandra despertaba y dormía, hablaba y pensaba, en una realidad que le habían creado. Recuerda a detalle los momentos en los que su vida, sus ideas y su futuro dieron un giro. Tenía 13 años. Sus padres la cambiaron de un colegio privado a uno público por problemas económicos. Fue una radicalización de polos: de estar rodeada por compañeras con aspiraciones religiosas y matrimonios perfectos, se encontró de pronto entre chicas militantes del Partido Comunista, tan distintas de pensamiento como de aspiraciones. Algunas de ellas habían sufrido la desaparición de algún familiar o amigo. El cristal, ese que sirve para ver la realidad y la pinta según su color, había cambiado. "Lo que yo veía en mi casa no era realmente lo que sucedía", recuerda.

El despertar fue brutal. Mientras Leandra salía de fiesta, Paula, una compañera de su clase, era notificada de la desaparición de su padre. Aunque los detalles son lejanos, las sensaciones no se olvidan. A 20 años de distancia de aquel momento, Leandra respira hondo: "Un día que yo estaba conversando con Paula, una compañera del colegio que era militante de 'La Jota' (el Partido Comunista), le dije que el general Pinochet había hecho cosas muy buenas y que si ese día yo tuviese que votar, seguro lo elegiría a él". A mitad de la conversación a Leandra se le corta el aire. “Puf”, dice haciendo una inflexión en la voz, y prosigue: "Paula se levantó de su banca llorando y me gritó a la cara que yo no sabía lo que era que un padre desapareciera y luego lo encontraran una semana después con ochenta balas en todo el cuerpo gracias a gente como mi familia. Con un grito aún más fuerte repeló: ‘¡No digas más eso porque tú vives en una burbuja!’".

Leandra lloró. Corrió. Necesitaba respuestas. "Salí directamente a mi casa para preguntarle a mi madre si era cierto lo que decía mi compañera. Me contestó con una seguridad de plomo: ‘Sí, hay gente que se debe matar, gente que no sirve’". Ale lo relata con severidad, junta sus manos y agacha la cabeza avergonzada: "Al final mi madre remató todo lo dicho con una pregunta: “¿Y bueno, po, quién los manda a meterse en la política?".

II

El 11 de septiembre de 2012, justo cuando se conmemoraba el aniversario 39 del golpe de estado en contra del gobierno de Salvador Allende, Ale recorría las calles de Santiago junto a su hija Sofy, de nueve años. Con claveles rojos y velas blancas, los familiares y amigos de los caídos o desaparecidos caminaban gritando la consigna: “Libertad, justicia, memoria”. Cerca de 200 corazones se estremecían al ritmo del silencio que, en contraste, había en las calles. Algo indescriptible hacía que Chile se sintiera diferente a lo habitual y no tenía que ver con la muerte de la afamada periodista Raquel Correa o la del Sapito Livingstone, uno de los máximos ídolos populares del futbol chileno. No, el silencio había sido tomado como un hábito. Las calles en Santiago guardaban un luto indescriptible. El sol había decidido quedarse oculto entre las nubes. Leandra recordaba y lloraba. Sus ojos verdes se llenaron de pequeñas líneas rojas. Una lágrima brotó.

La comitiva arribó al estadio Nacional, un sitio en donde el tiempo se había detenido: las gradas, los muebles y alguna indumentaria de madera rota de más de tres décadas permanecían en señal de que el olvido no es permitido ni natural en Chile. Un coloso intocable. Una costra rasposa. “Entrar fue horrible”, relata Leandra. Ella tenía siete años la primera vez que pisó el lugar. Asistía a clase de nado junto con uno de sus hermanos mayores. “Yo hice natación cuando chica y estuve participando hasta los diez años. Fue un rato, pero juro que jamás vi nada”. Cada uno de sus pasos marcaron algo que no sabe si fue emocional o consecuencia de la culpa: su familia había participado en esto. La sede en donde se debate la pasión por el deporte amado por miles había sido un sitio de violaciones, torturas y sin fin de crímenes durante los primeros tres años de la dictadura. La narración se volvió susurros. Su pecho se contrajo. La energía del sitio era intensa. Luces blancas. Cemento. Rejas. “Caminabas y sentías como que algo te pisaba, no podías ir mas allá”. Leandra se sentía ajena, culpable. Ella nunca supo nada hasta ahora, no sabía en dónde guardar su miedo. Sofy, su hija, miraba sin saber, no entendía las lágrimas ni los jadeos cortos de su madre. Leandra sentía una llama por dentro: por instantes quiso vomitar y salir corriendo. Se quedó en frente de lo que no parecía ser lo que fue: miedo.

Era abril de 1987 cuando el papa Juan Pablo II visitó por primera ocasión Chile. En ésta visita protocolaria de Estado se dirigió a la juventud chilena en el mismo escenario en donde se encontraba Leandra, sólo que 25 años antes, dando un discurso  que cimbró a la comunidad católica partidaria del gobierno militar. Carol Wojtyla describió con exactitud el significado que Leandra sentía en ese instante: “Este estadio, lugar de competiciones, pero también del dolor y sufrimiento”, dijo el papa. Leandra no es católica ni partidaria de la iglesia. Ella simplemente compaginó con la idea por coincidencia, por ser humano, porque la muerte de miles de personas hace un hoyo negro en cualquier individuo.

III

“Estoy contenta cada que me miro al espejo, me gusta lo que veo”. Han pasado cerca de dos semanas desde nuestro último encuentro. Leandra se nota segura, diferente. “Los últimos tres meses han sido  de decisiones”. Su pareja le ha propuesto rehacer su vida después de seis años de no hablarse. Él es padre de sus dos hijos mayores, abogado y trabaja en un centro de salud de atención primaria en la Florida –una comunidad urbana en Chile. “Me ha propuesto trabajar con la condición de que deje el activismo”. Ingresará datos para un programa de salud, estará sentada por más de seis horas seguidas y su actividad primaria será ser burócrata de un sistema al cual no acepta.

 Leandra sonríe: después de años el equilibrio parece llegar por fin. “Es el amor de mi vida”, dice. Sin embargo, la situación a Leandra no termina por satisfacerle. Sabe muy bien que dejará la razón que la hace levantarse cada día desde hace más de un año: la lucha. “Mis hijos son tajantes al creer que no durará, ya nos hemos separado tantas veces que una vez más… bueno, realmente no importa”.

Leandra es una madre orgullosa. Mientras caminamos por el centro de Santiago me muestra por celular la última fotografía de su hija Sofy: la niña, de no más de un metro treinta, no está vestida de princesa ni de hada ni enseña gustosa una muñeca o su boleta de calificaciones. No, Sofy está encapuchada frente al Palacio de la Moneda con una cartulina que muestra un dibujo de una mano con el dedo medio levantado. Leandra no oculta sus  ideas frente a sus  vástagos por miedo a la imitación. Cuenta la forma en la que su hija superó el trauma de la agresión que sufrió a manos de un carabinero a caballo el año pasado y cómo su hijo, de 15 años, está decidió a ser un bailarín.

Leandra se prepara para lo que será su última marcha: “Escribí por Facebook que saldría un poco de mis actividades en la Corpade y al menos tuve unos 50 comentarios de niños que me decían que me quedara ahí. Que sin mí  no sería igual”. Mientras los mexicanos celebrábamos el Grito de Independencia, Leandra recibía a 20 niños en su casa, que habían llegado exclusivamente a despedirla con un asado. “No te miento, hubo lágrimas y abrazos. Sentí y siento un nudo en la garganta”.

Pasar a la historia no es una tarea sencilla y cada cual está en su derecho de intentarlo como pueda. La fotografía de Ale no se verá más allá de los álbumes familiares; los libros de texto educativos no hablarán de la ocasión en la que su hijo salió en la portada de The Clinic ni cuando un carabinero le golpeó la pierna. No será conocida a nivel internacional y quizá tampoco salga en una portada de Time. Sin embargo, con etiquetas o sin ellas, Leandra dice con entusiasmo: “Hacer algo que te apasiona es un desafío día a día”. Pero ahora todo ese optimismo parece inútil, o al menos tendrá que ser reducido a momentos específicos. 

Decidir el futuro, saber que todo será seguro, es difícil para Leandra; en un lado de la balanza se encuentra su familia, su realización como mujer, y en el otro la culpabilidad de haber estado cegada durante tantos años. ¿Qué se hace ante esto? Leandra ha dejado de comer carne, ha dejado de creer en los hombres, ha dejado la integridad de su casa a merced de los ocho perros que ha adoptado. Y ha dejado las manifestaciones para horarios después del cierre de oficina.

Ahora Leandra tendrá por fin un horario fijo. Trabajará de 8 de la mañana a 6 de la tarde y descansará los fines de semana. Ya no habrá llamadas en la madrugada ni constantes visitas a la comisaría y, si las hay, ella buscará quién pueda auxiliar al niño o niña que piden su ayuda. Leandra tendrá prestaciones, un buen sueldo y por fin tendrá un nombre para su profesión: almacenista de datos.

Esta vez la plática con Leandra ha sido diferente. En su Facebook ya no aparecen imágenes de marchas estudiantiles o de conciencia. Ahora ahí, en ese espacio, la temática ha cambiado por fotografías de su pareja e hijos, o incluso de ella. Las cosas han cambiado en su vida y no es para menos: sus prioridades ya son otras. Quizá le haga feliz. O no. Ella dice estar satisfecha, pero no plena. Todo por lo que alguna vez Leandra luchó sigue allá afuera esperando a que un día no vuelvan  sus fantasmas para atormentarla, como antes le sucedió.

Los pronósticos acertados de Nate Silver, entre la política y el beisbol

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En las pasadas elecciones en Estados Unidos hubo un ganador indiscutible: Nate Silver, un estadístico autor de FiveThirtyEight.com, un blog publicado por el New York Times en su sitio (www.fivethirtyeight.blogs.nytimes.com) y  que se convirtió en el gran gurú electoral al acertar no sólo la elección presidencial, sino los resultados parciales de todos los estados. Nadie más lo hizo. Cuando casi todos decían que la elección era muy cerrada y se podía definir por cualquiera de los dos candidatos, Silver escribió que la probabilidad que ganara Obama era cercana a 85 por ciento.

En las semanas previas a las elecciones, los republicanos y algunos personajes ligados a este partido, desviaron su atención de Obama para atacar a Silver por haber escrito, con datos basados en sus estimaciones estadísticas, que la reelección del presidente era prácticamente un hecho. El magnate Rupert Murdoch y Joe Scarborough, un ex congresista republicano y actual comentarista político en televisión le llamaron farsante, “engañabobos” y otros adjetivos similares. Silver respondió a Scarborough con una apuesta: “si es cierto que escribo tonterías, le apuesto mil dólares a que gana Obama;  si gano, usted los dona a la Cruz Roja, pero si gana Romney, yo los dono.”. Scarborough no aceptó la apuesta diciendo que iba en contra de sus principios éticos apostar. Después de las elecciones, Scargborough tuvo que reconocer que Silver tenía razón.

 

El acertado pronóstico de Silver para las elecciones del 2012 no fue un golpe de suerte, sino el resultado varios años de trabajo riguroso con las estadísticas, la política y… el beisbol. Nathaniel Read Silver nació en Michigan en 1978. Como muchos en Estados Unidos se aficionó al beisbol - es fan de los Tigres de Detroit - desde sus primeros años y empezó a llevar registros de las estadísticas de los jugadores. Esta afición se convirtió en pasión y más tarde en práctica y tema de reflexión para su trabajo hasta la actualidad; una de las entradas recientes en su blog es sobre Miguel Cabrera, el bateador estelar de los Tigres.     

Silver estudió un pregrado en Economía en la Universidad de Chicago. Al egresar trabajó como consultor en una empresa de asesoría durante cuatro años. Aburrido con su chamba, empezó a dedicar cada vez más tiempo a sus dos grandes pasiones: la estadística y el beisbol.  De esa mezcla (más o menos natural porque el beisbol es el deporte de las estadísticas) desarrolló PECOTA, un sistema estadístico para predecir la carrera y el performance de jugadores de beisbol profesional. PECOTA es un acrónimo para Player Empirical Comparison and Optimization Test Algorithm, pero también es un homenaje a Bill Pecota, un gran jugador de beisbol de las grandes ligas entre 1986 y 1994.

En 2007 con el pseudónimo de “Poblano” (así en español) empezó a escribir un blog sobre predicciones para las elecciones presidenciales del 2008. Los resultados fueron muy cercanos a los que “Poblano” había pronosticado; acertó 49 de 50 resultados electorales estatales y la totalidad de los escaños en juego para el senado. Con esa carta de presentación empezó a firmar con su nombre de Nate Silver.

En agosto de 2010 el New York Times lo contrató con su blog – ahora con el nombre de FiveThirtyEight: Nate Silver's Political Calculus para incluirlo dentro de su oferta periodística en su sitio web. Con el diario como plataforma, Silver se hizo muy conocido entre políticos, analistas y público informado al grado que la revista Time lo incluyó en su lista de las 100 personas más influyentes en el 2009. 

En septiembre pasado publicó The Signal and the Noise. Why so many Predictions Fail-but Some Don´t (Penguin Group) que ha estado en la lista de los más vendidos del New York Times prácticamente desde su salida. En el libro Silver hace una revisión de diversas predicciones para identificar los factores asociados a los pronósticos acertados, tema por demás importante en la sociedad de sobre-información que nos tocó vivir; cita a IBM que calcula en 2.5 quintillones de bytes la cantidad de información que generamos cada día.  

El beisbol, más que cualquier otro deporte de competencia, tiene una base histórica sistematizada en estadísticas que posibilita las predicciones probabilísticas, pero también una serie de factores circunstanciales y del azar que pueden tener un peso significativo en los resultados. Silver analiza los resultados electores como si fueran estadísticas del beisbol; tienen registros históricos con datos estadísticos muy completos, variables que pueden ser determinantes en la elección del voto, pero también factores circunstanciales y del azar que podrían influir en las decisiones. Por ejemplo, era muy predecible que los ciudadanos negros votaran por Obama, pero no era tan fácil calcular cuántos de estos ciudadanos acudirían a  las urnas.

 

Bob O´Hara escribió en el Guardian un post titulado “¿Cómo le hizo Nate Silver para predecir la elecciones en Estados Unidos? En este texto, O´Hara, quien es bioestadístico, explica el modelo estadístico posiblemente usado pro Silver para predecir el triunfo de Obama a nivel nacional y estatal. Los imaginarios lectores recordarán las particularidades del sistema electoral estadounidense en el que los ciudadanos no votan por los candidatos directamente, sino por los electores estatales, quienes a su vez, eligen al presidente. Por tanto, dice O´Hara, es muy probable que Silver haya usado modelos estadísticos para datos jerarquizados en su cálculo para predecir la variable no conocida en el proceso, en este caso, la intención del voto en cada estado el día de la elección. Los imaginaros lectores de este blog interesados pueden consultar el texto de O´Hara en www.guardian.co.uk/science/grrlscientist

Lo más curioso de este caso es que Silver, el pronosticador estrella de las elecciones estadounidenses, encabezó la lista de las diez figuras públicas que decidieron no votar en las elecciones pasadas, según reporta la revista Mental Floss  (http://www.mentalfloss.com/blogs/archives/150042#ixzz2CiRAi2u0)

 

 

El ITESO presenta novedades editoriales en la FIL

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La gestión del agua y los conflictos socioambientales. Estos son los temas que se abordan en un par de publicaciones que, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, serán presentados el sábado 1 de diciembre en el salón José Luis Martínez, en la  planta alta de Expo Guadalajara, a las 20:00 horas.

Las novedades editoriales a cargo de la Oficina de Publicaciones del ITESO llevan por título: Gobernanza y gestión del agua en el occidente de México: la metrópoli de Guadalajara y Conflictos socioambientales y alternativas de la sociedad civil. El panorama mexicano con estudios de caso en el estado de Jalisco. En cuanto al primero, Heliodoro Ochoa, académico del Centro de Investigación y Formación Social de esta universidad y uno de los coordinadores del volumen, dice que “tenemos la idea de que los asuntos del agua se resuelven con infraestructura solamente, cuando la gestión del agua es mucho más compleja. Tanto, que cuando ya se tienen las soluciones tecnológicas son elementos de carácter político los que las obstruyen e impiden su realización. Pero no es nada más obstruirlas por obstruirlas, sino que hay diferentes perspectivas sobre las alternativas posibles”.

En el prólogo del libro, Pedro Arrojo Agudo, profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza, España, explica: “México es el único gran país del mundo que conozco en el que todas las grandes ciudades están situadas en medio del continente. En muchas urbes costeras, la escasez de agua de calidad está paliándose o se paliará mediante la desalación de agua marina. Sin embargo, en el México urbano interior, la alternativa más barata y viable que queda no es otra que la de hacer las paces con los ríos y acuíferos. La incertidumbre está en cuánto tiempo costará romper las inercias y los intereses creados, miopes e irresponsables”.

El otro libro también contó con la participación de Heliodoro Ochoa como coordinador y en él “se presentan diversos datos sobre cómo, en el tema socioambiental, unos cuantos ganan y muchos pierden. Los conflictos socioambientales tienen un conjunto de situaciones complejas donde desafortunadamente hay muchísimas personas que están padeciendo de una mala gestión ambiental, del agua, de los recursos naturales, a costa de un desarrollo económico que favorece a unos cuantos”, dice Ochoa. En este caso, en el prefacio colabora Joan Martínez Alier, a quien entrevistamos en Magis hace algunos meses.

“Los conflictos ambientales se han multiplicado en el mundo, pero particularmente en América Latina, donde se acentúa el despojo. En este libro se aborda, en nueve capítulos desarrollados por 15 autores, un panorama de los conflictos en nuestro país, cuáles son las problemáticas, y se hace una caracterización de los conflictos ambientales. Tenemos un mapeo de conflictos ambientales, pero también alternativas dentro de Jalisco”, afirma el académico.

 

Ignacio Medina Núñez, un académico con mucho mérito

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Viernes 30 de noviembre. Cerca de 500 personas se congregan en el auditorio Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Entre ellas se encuentran el rector de la Universidad de Guadalajara (UdeG), Marco Antonio Cortés Guardado, así como una amplia mesa de honor acompañándolo en el presidio. Abajo, en las sillas, también hay profesores, familiares e invitados especiales. Todos están reunidos para presenciar la entrega de la Presea al Mérito Académico Enrique Díaz de León, que se otorga a investigadores de distintos centros universitarios de la UdeG.

En esta lista se encuentra el nombre de Ignacio Medina Núñez, quien desde hace más de 30 años imparte clases y participa en actividades del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la mencionada casa de estudios. Y también es profesor e investigador del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos del ITESO desde el año 2000.
Medina fue uno de los 24 galardonados, que fueron elegidos después de revisar las cerca de 80 propuestas recibidas por el comité organizador. La convocatoria se abrió en agosto pasado.
Igacio Medina fue el encargado de leer un discurso en representación de todos sus compañeros. En él, aseveró que la distinción representa una responsabilidad y un compromiso mayor para él y sus colegas, particularmente en la búsqueda de una educación pública de mejora y con sentido social.

De la misma manera, hizo referencia a temas como el narcotráfico y la reformada Ley del Trabajo, señalando que nuestro país atraviesa tiempos tan difíciles, y quizá más complejos, que en su época de estudiante. Señaló que tales temas coinciden en este momento con el término del sexenio presidencial en el país. Externó una opinión sobre el desempeño del ahora ex presidente Felipe Calderón Hinojosa. Consideró que la estrategia de éste, ante el combate al crimen organizado, fue fallida y sólo ha arrojado miles y miles de muertos en nuestro país.
Al finalizar el acto, se le preguntó a Medina sobre la importancia de recibir este reconocimiento, y señaló que tanto el ITESO como la UdeG han sido determinantes en su desarrollo como investigador, cuyos frutos que se han reflejado en la colaboración de publicaciones, como autor o coautor, e incluso en la consolidación de una maestría. Ignacio Medina Núñez ha publicado cuatro libros como autor, entre los que se encuentran El sindicalismo mexicano en la transición al siglo XXI (2003) y su más reciente volumen que se llama Cultura y procesos de integración en América Latina (2011).

Texto y foto: Luis Ponciano


“Los cambios deben venir de la sociedad”: Enrique Ortiz

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Foto: Álex Riveros

 

Ciudades que crecen sin control. Fraccionamientos cada vez más alejados de los centros de trabajo. Dinero público que se vierte en obras que propician el uso indiscriminado del automóvil, en perjuicio de peatones y ciclistas. Ciudades, en resumen, que se acercan cada vez más al caos y se alejan del humano. “La ética que se está manejando está centrada en una visión económica. El centro de nuestra ética es el dinero y en base a esto está hecha la ciudad: se piensa en cómo sacarle rendimiento al uso del suelo, a la tierra, a la ubicación y producción de vivienda. Se especula con proyectos inmobiliarios que desplazan gente, que no están aportando a la construcción de una sociedad distinta, sino a la segregación y la expulsión”, explica Enrique Ortiz Flores.

El arquitecto, con una larga experiencia en el campo de la producción y gestión social del hábitat, estuvo en el ITESO para impartir el seminario Ética y Ciudad: Ciudades y Ciudadanías posibles desde una Perspectiva Ética. Además, dictó en casa Loyola la conferencia El Derecho a la Ciudad. Desde su punto de vista, el hecho de haber puesto el dinero como prioridad es el origen de muchos de los problemas que enfrentamos como sociedad, no sólo en la construcción de las ciudades. Desde su perspectiva, la búsqueda de la solución comienza por “poner al ser humano en el centro otra vez, pero esto también es necesario tener cuidado, porque el ser humano también ha abusado de la posición de sentirse el dueño del mundo. Y no lo es: somos parte de la naturaleza y la estamos destruyendo”.

Desde la perspectiva de Ortiz Flores, la solución para cambiar la dinámica y comenzar a pensar en ciudades más éticas, es decir, más humanas, tiene que surgir de la sociedad civil. Y lo sintetiza parafraseando a Einstein: “No le pidas al que ha creado los problemas que lo resuelva”. Y es que, aunque el Estado es el primer responsable de lo que hoy vivimos, “las autoridades no van a hacer nada si nosotros como ciudadanos no lo hacemos primero. Los cambios deben venir de la sociedad, tenemos que crear procesos transformadores”. En ese sentido, pone por ejemplo la construcción descontrolada de nuevos fraccionamientos. “Sí, podemos hacer casas de manera masiva y argumentar que estamos resolviendo el derecho a la vivienda. Pero en realidad sólo estamos creando más problemas”, dice el arquitecto y añade que el primer paso siempre debe ser considerar a las personas y planear las políticas públicas en función de los ciudadanos. “Los políticos ven la competitividad como una maravilla. Dicen ‘Vamos a ser una ciudad competitiva’, pero es mejor pensar en ciudades solidarias, entender dónde estamos, ver el rostro del otro”.

Y en este último punto tienen un papel fundamental las universidades. Enrique Ortiz Flores se dijo encantado de la invitación que le hizo el ITESO para impartir el seminario y la charla en Casa Loyola. “No podemos seguir teniendo universidades que formen gente para ser subordinados de los intereses de las transnacionales. Y es muchas veces lo que se está haciendo. Tenemos que formar gente que sepa trabajar, que sepa comprometerse. Eso es más apasionante que ser subordinado. Es necesario formar gente creadora, pensante, comprometida y solidaria con el otro. Eso es lo que debe hacer la universidad”, concluye el arquitecto.

Las viejas ideas de Leonard Cohen. Crónica de un concierto en Verona

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Nunca imaginé que el 2012 sería pródigo para mis gustos musicales. Primero fueron Paul Mc Cartney y Bob Dylan en mayo en Guadalajara y para otoño compré boletos desde México para el concierto de Leonard Cohen en Verona como parte de Old Ideas Tour 2012. Los fanáticos del canadiense recordarán que suspendió esta gira hace dos años por problemas de salud.  En verano de este año la reanudó en Gante y programó una gira inicialmente con 31 conciertos ente agosto y octubre que lo llevaron a Holanda, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Alemania, Inglaterra, Irlanda, Turquía, Rumanía, Italia, Francia, España y Portugal. En los últimos meses del 2012 está cerrando la gira en Estados Unidos y Canadá para terminar el 20 de diciembre en Brooklyn. Debido a sus 78 años bien vividos, es muy posible que ésta sea realmente su última gira, aunque nunca se sabe (ya tiene anunciados otros conciertos en Europa para mediados del 2013).

 

 

Llegué a Verona el 22 de septiembre, dos días antes de la fecha programada. No quería arriesgarme a perderme el concierto por los errores de principiante que uno comete en una ciudad desconocida. Había estado en Verona hace siete años, pero sólo por medio día y mis conocimientos del italiano son muy básicos.  Me instalé en un hotel un tanto lejano del centro me y fui a reconocer el terreno. El concierto sería en La Arena, un espectacular anfiteatro con capacidad para 25 mil espectadores construido por los romanos hace casi dos milenios. Es casi tan grande como el Coliseo de Roma, pero el de Verona fue restaurado recientemente; además de conciertos hay teatro y por supuesto, ópera italiana. La primera incertidumbre me atacó después de recorrer las afueras del teatro y ver varias carteleras anunciando la temporada de otoño de teatro, pero nada de Cohen. A la primera oportunidad entré a la página web de Cohen (www.leonardcohen.com) temiendo otra suspensión, pero las fechas de la gira seguían sin novedad.  El día del concierto llegué a la Arena cinco horas antes del inicio – programado para las 21 horas – y en medio de una espectacular tormenta. Me dirigí a las taquillas centrales a recoger mi boleto (70 euros, el más económico en butaca numerada) comprado meses antes. Tres horas antes del concierto ya se veían las filas afuera de las puertas. Busqué la puerta que me correspondía y no había nadie haciendo fila; pensé que me había equivocado y mostrando mi boleto pregunté a un guardia quien me respondió que era la puerta correcta. Al rato llegaron más personas y se formaron detrás de mí. A las 7:30 nos dejaron entrar y fui el primero en entrar por il cancello 61.  Después me di cuenta que las filas eran para las localidades generales y los que tenían boleto numerado llegaron minutos antes del concierto. A las 9 en punto, el teatro estaba lleno, la lluvia había terminado, se apagaron las luces de las tribunas y empezamos a escuchar la inconfundible voz de Cohen cantando "Dance Me To The End Of Love". Después de esta emblemática canción, Cohen dijo algo así  como “no sé cuánto vaya a vivir, pero si sé que esta noche vamos a dar nuestro mayor esfuerzo para ustedes”; los ventitantos mil espectadores le respondimos con aplausos.

Después vendrían “Show me the place” y otras de las canciones de Old Ideas, su álbum más reciente, alternadas con una buena selección de su cronología creativa desde Songs of Leonard Cohen, su primer disco publicado en 1968. No fue necesario pedirle que cantara sus canciones más conocidas porque casi todas las incluyó en su presentación; desde “Suzanne”, “I´m your man”, “Sisters of Mercy”, “Halleluiah”, “Tower of Song”, "In My Secret Life", y hasta “The Future”. Después de poco más de hora y media de concierto presentó a sus seis músicos – entre ellos Rafael Gayol, un defeño crecido en LA quien toca la batería -  y tres coristas, muchos pensamos que estábamos llegando al final, pero Cohen simplemente dijo; “quince minutos y seguimos con la segunda parte del concierto”. 

 

 

Para abrir la segunda parte – otra hora y media de música – Cohen simplemente dijo: “Thank you for not going home” y continuó con la canción “Going Home” que abre su cd más reciente. Le siguieron "Who By The Fire", “Democracy”, "Hey, That's No Way To Say Goodbye”, “Amen”, “Banjo”, “Darkeness”, “The Gypsy´s Wife, “Alexandra Leaving” y otras para terminar formalmente, alrededor de la media noche, con “Take This Waltz”, la versión musical que Cohen hizo del poema “Pequeño vals vienés” de Federico García Lorca.  Le seguirían tres canciones más de encore como obsequio de despedida a los asistentes. Cohen nunca ha sido un gran cantante. Sin embargo su personal forma de cantar – me atrevo a decir recitar – sus canciones provoca en el público sentimientos melancólicos parecidos a los que expresan sus letras. Sus comentarios entre canción y canción eran breves y certeros, como las letras de sus canciones. Cohen en el escenario está a medio camino entre el notable afán de Paul Mc Cartney por complacer al público y el obvio desinterés que muestra Bob  Dylan para agradar a los espectadores por algo más que su música. Hay en el canadiense una muy particular forma de combinar la música, las letras, la interpretación y hasta el vestuario (todos de traje negro, incluso las coristas) para generar la sensación de que todo está en su lugar, perfectamente armonizado, para mostrarnos un gran espectáculo integral. Sin duda un gran concierto de Leonard Cohen: ojalá que siga gozando de salud por muchos años parque todavía tiene mucho que decirnos y de qué forma.    

 

  

Un testigo del inicio de Ingeniería Química

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El ingeniero Murguía fue de los primeros profesores de la Universidad./foto:Álex Riveros

Hace 55 años nació el ITESO. Y acompañando esos primeros pasos estuvo don José Luis Murguía González, quien formó parte del equipo que, encabezado por el padre Pérez Becerra, vio nacer la carrera de Ingeniería Química

 

En la vida hay experiencias que, sin importar si son largas o cortas, dejan marcas que duran para siempre. Eso se puede decir de la relación de don José Luis Murguía (Guadalajara, 1923) con el ITESO: aunque fue de apenas unos años, la huella que dejó en ambos ha resistido el paso del tiempo. Y no es para menos: él fue testigo de los primeros pasos de esta universidad, que acaba de cumplir 55 años, pues formó parte de la primera plantilla de profesores de la carrera de Ingeniería Química.

La relación entre el ingeniero Murguía y el ITESO comenzó incluso antes de que éste se fundara, pues realizó sus estudios en el entonces Instituto San José, hoy conocido como Instituto de Ciencias. Desde entonces, cuenta, se sintió ligado a los jesuitas. Por eso aceptó la invitación del padre Ignacio Pérez Becerra para, al tiempo que estudiaba la carrera, dar clases en la naciente Universidad Autónoma de Guadalajara. Ahí ejerció la docencia gratis durante quince años —“para mí era importante porque me permitía prepararme y seguir actualizándome”, dice—, hasta que le llegó la invitación del padre Pérez Becerra para sumarse a un nuevo proyecto.

Y llegó al ITESO cuando sus oficinas estaban en la calle de Liceo. El inicio, recuerda, no fue fácil. Pero eran más las ganas de enseñar y se convirtió en maestro de Matemáticas, Cálculo y Química Orgánica. En su estudio, donde están los retratos de sus doce hijos —todos egresados del ITESO—, todavía reposa en el librero el volumen de Fieser y Fieser, que usaba en el aula. “Lo que a uno le gusta es lo que se enseña mejor”, afirma quien gustaba de dar clases de regularización en matemáticas a sus compañeros más atrasados.

A pesar de que disfrutaba mucho dar clases, llegó el momento de elegir. Y decidió ejercer. “Las clases me hacían descuidar mi vida profesional, que era la que me daba de comer, porque también en el
iteso daba clases sin cobrar”. Así, luego de cerca de 20 años en las aulas, dejó la docencia y dio continuidad a una trayectoria que había comenzado años atrás en la empresa Nacional Textil Manufacturera, con sede en El Salto, y que terminó en 2002, cuando cerraron Crazy Horse, una maquiladora que dirigía junto con uno de sus hijos.

Una de las cosas que más lo marcaron de su estancia con los jesuitas es que “todos los maestros buscaban el talento de cada uno, ver la parte humana de las cosas. Lo más importante era la formación como personas”. A la vuelta de los años, don José Luis Murguía dice sentir orgullo al ver que las dos universidades que ayudó a echar a andar “han crecido mucho y han formado tanta gente de bien”. m

Trabajar sin patrones: el futuro en nuestras propias manos

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La cooperativa Cuzcachapa se constituyó como desde 1966 en Chalchuapa, El Salvador. Es una sociedad de responsabilidad limitada dedicada a la producción de café formada originalmente por 28 socios, que en la actualidad cuenta con más de 1,200 socios, en su mayor parte pequeños productores. Actualmente es una de las principales productoras de café gourmet que se exporta a Estados Unidos y Japón. Esta serie fotográfica, de Dennis Tang, retrata distintos aspectos de su trabajo de producción./foto:Dennis Tang

Con valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y la horizontalidad, las cooperativas están emergiendo en el mundo como alternativa viable ante una marcada decadencia capitalista. Hoy están asociados a este modelo más de 800 millones de habitantes de nuestro planeta, según datos de la Alianza Cooperativa Internacional.

 

Imagine empresas formadas por personas que se han agrupado por afinidad para producir determinados productos, ofrecer servicios o simplemente para consumir, unidas de manera horizontal conforme a valores como la solidaridad y la autogestión; donde todos ganan lo mismo ­­—o, cuando menos, la diferencia entre sus ingresos es mínima—; las decisiones son tomadas de forma democrática; todos son socios y cada uno valora su trabajo, no sólo por un fuerte sentido de pertenencia sino también porque saben de su impacto en el desarrollo de su comunidad. Ésta no es una visión utópica. Así es como hoy están asociados más de 800 millones de habitantes de nuestro planeta, según datos de la Alianza Cooperativa Internacional.

Aunque existen desde hace siglos, las cooperativas han comenzado a cobrar una importancia singular hoy en día, cuando el capitalismo vive una de sus crisis más graves: en Estados Unidos —el país más rico del planeta—, 1% de la población acumula la sexta parte del Producto Interno Bruto (PIB), según revela un estudio de la Universidad de Berkeley y de la Paris School of Economics; en México, hasta 2008, el 10% más rico de la población acumulaba 41.3% del ingreso, mientras que el decil más pobre apenas obtuvo 1.2%, según una investigación del Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México.

En este contexto, el cooperativismo se está erigiendo como una alternativa de trabajo y de vida para muchas personas. Aunque muchas cooperativas no viven al margen del mercado capitalista sino que interactúan con él, sí constituyen experiencias de organización interna diferentes a las de las sociedades anónimas.

Guillermo Díaz, académico del Centro de Investigación y Formación Social (CIFS) del ITESO, asegura que no sólo las cooperativas están cobrando relevancia en el mundo, sino también las llamadas “economías solidarias” —“dentro de las cuales el cooperativismo es sólo una expresión”—, junto con otras expresiones de organización solidaria como las mutualistas o el trueque.

Existen varios tipos de cooperativas, de producción de bienes y servicios, de consumo, mutuales de servicios a socios, así como de apoyos en caso de enfermedad o muerte de un socio, y las de ahorro, como las cajas populares. Aunque Díaz dice, con el entusiasmo de quien ha dedicado mucho tiempo a estudiar estas formas de organización económica, que en el caso de México se incluyen otras formas de cooperativismo, como las organizaciones campesinas indígenas, algunos ejidos colectivizados y organizaciones de segundo nivel como las uniones de ejidos.

Victoria obrera, éxito cooperativo

“En nuestro caso, convertirnos en cooperativa fue una necesidad, más que una convicción. Era eso o morir”, confiesa Jesús Torres Nuño, presidente del Consejo de Administración de la cooperativa Trabajadores Democráticos de Occidente (Tradoc), fundada en 2005 cuando los trabajadores de la planta de Euzkadi ganaron una huelga de más de tres años a la trasnacional alemana Continental —la cuarta empresa productora de llantas en el mundo— y recibieron como pago la fábrica.

Los trabajadores sindicalizados decidieron en asamblea que su organización se convertiría en cooperativa para poder reactivar la planta, ahora operada y administrada por ellos mismos.

“La verdad, nadie conocía el tema de la cooperativa, pero entendíamos que no podíamos por ningún concepto asumir bienes o activos de los empresa conforme la figura de sindicato”, recuerda Torres Nuño. “Buscábamos la forma de organización a futuro y decidimos que una cooperativa podía heredar los principios y valores del sindicato, como la democracia y la solidaridad, y asumir los activos de la empresa, que son superiores en este momento a 100 millones de dólares”. Hoy la compañía se llama Corporación de Occidente.

Torres Nuño relata que Tradoc buscó establecer un modelo “lo más igualitario posible sin caer en algo que fue venenoso en los países burocratizados, como Cuba”. Es decir, un modelo que no compensa mejor a los socios que trabajan más o que tienen mayor responsabilidad. “Entendíamos que debíamos competir contra los verdaderos tiburones de la industria”, comenta.

Los socios no reciben salarios sino “adelantos de rendimiento”, cuya distribución se rige por un tabulador. “Es muy importante la equidad en el trabajo: los que tienen mayor grado de responsabilidad o mayor carga de trabajo ganan un poco más, pero es a todos los niveles”, asegura Torres Nuño. En promedio, los adelantos de rendimiento más altos rondan los 20 mil pesos, y los más bajos, alrededor de 15 mil. A diferencia de las grandes sociedades anónimas, en Tradoc los directores “no ganan cientos de miles de pesos al mes”.

Algunos años después de su creación, la cooperativa tomó otra decisión particular. En 2008 firmó una alianza con la estadunidense Cooper Tire, que pasó a ser accionista de la empresa, aunque la mayor parte de las acciones aún pertenecen a la cooperativa. Torres Nuño relata que para llegar a ese acuerdo “hubo una fuerte discusión en la cooperativa. Había compañeros que disintieron con nosotros”. Sin embargo, el grueso de los socios entendió la necesidad de alcanzar el convenio con la trasnacional para enfrentar la competencia internacional. “Los resultados son impresionantes. En cuatro años de alianza se revirtieron los estados de pérdida de la empresa […] se han hecho inversiones importantes, se reconvirtió la fábrica, casi 60 por ciento ahora son máquinas de alta tecnología y ahora competimos contra los grandes llanteros”. De los casi 20 millones de llantas que produjo la industria mexicana en 2011, cerca de cuatro millones salieron de la planta de El Salto. Otro dato: en 2005 había 580 cooperativistas en Tradoc; actualmente son mil 20.

Y en el marco del acuerdo con Cooper, Tradoc ha mantenido su autonomía: “La alianza funciona por el principio del respeto como socios. Como gringos dicen: ‘business are business’; ellos se llevan sus llantas baratas y han respetado la vida interna de la cooperativa”.

Los cooperativistas han mantenido vivo el valor de la solidaridad apoyando diferentes luchas obreras. Cada semana destinan una parte de sus adelantos de rendimiento para apoyar la lucha minera en Cananea, a los trabajadores despedidos de una vidriera en San Luis Potosí, a los asalariados del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) o al Sindicato de Trabajadores Unidos de Honda de México. Además, lanzaron recientemente la Gaceta Obrera, un periódico de la clase trabajadora donde los asalariados expresan sus opiniones sobre diferentes temas laborales.

 

Las bebidas cooperativistas

Un ejemplo de solidaridad se puede encontrar en la relación entre Tradoc y la Cooperativa Pascual (que elabora los refrescos Boing), pues los trabajadores de la firma refresquera vivieron un conflicto laboral a comienzos de los años ochenta y recibieron apoyos de los llanteros; después, Pascual ayudó a los obreros de Euzkadi en su huelga.

Salvador Torres, presidente del Consejo de Administración de la empresa refresquera, relata su experiencia: “Pascual, como cooperativa, tiene 25 años de haberse conformado, después de un proceso de huelga en que el capitalista negaba prestaciones y derechos fundamentales a los trabajadores”. Estos obreros también ganaron su batalla legal y se remataron los bienes de la empresa a favor de los trabajadores. “En 1985 se comienza a trabajar como sociedad cooperativa, con mil 500 socios. Hoy cubrimos el mercado nacional, tenemos alza en la producción y alrededor de 5 mil trabajadores”, relata Torres.

“En Pascual, las decisiones son colectivas, por asamblea, sobre todo cuando se trata de formar o nombrar a los representantes de la cooperativa”. Además, hay un rol con cambios constantes para que los trabajadores puedan acceder a puestos de administración y de dirección de la empresa.

Para Salvador Torres, el éxito que ha tenido Pascual también se observa en su crecimiento tecnológico. “Tenemos dos plantas modernas de producción en Hidalgo y en Querétaro, donde se concentra toda la fruta que se compra. Somos clientes consumidores de frutas de todo el país”.

 

Horizontalidad editorial

Las experiencias exitosas no se limitan al ramo industrial; también llegan a proyectos más pequeños y a sectores tan diversos como el editorial. A finales de los noventa, Vivian Abenshushan y Luigi Amara, un matrimonio con experiencia en la edición de revistas, vio con desencanto cómo “el proceso de globalización y acumulación de capital se había trasladado al mundo de los libros”. Los grandes grupos editoriales absorbían a los negocios independientes. Así, no sólo se desató una homogeneización de los negocios sino también de propuestas editoriales basadas en el mero lucro: homogeneidad de géneros y la instauración en las librerías de reglas comerciales “como de supermercado”. Si después de dos meses un libro no logra las ventas esperadas por la cadena comercial, se retira de los estantes o es devuelto a la editorial. “Como un salchichón”, dice con rabia Vivian. Así nació la idea de lo que hoy se conoce como Tumbona Ediciones.

Segura de sus palabras, Abenshushan recuerda que ella y su esposo visitaron Argentina en los tiempos posteriores a la crisis económica de 2001 y observaron el florecimiento de editoriales independientes, que surgieron precisamente a partir de la debacle del modelo neoliberal en ese país. Tiempo después, en 2005, fundaron Tumbona Ediciones como una editorial cooperativa.

“Queríamos explorar la horizontalidad, es decir, compartir decisiones y responsabilidades
democráticamente sin una jerarquía vertical”, explica Abenshushan. La idea era que los autores se fueran incorporando al proyecto como cooperativistas, porque no se requerían grandes inversiones para lanzar la editorial —apenas 10 mil pesos— y “porque nos habían dicho que como cooperativa habría beneficios fiscales y estímulos, que no han sido muy evidentes”.

El trabajo en la editorial está organizado de manera flexible. Hoy son seis socios que trabajan desde su casa, se reúnen una vez a la semana para tomar decisiones y repartir responsabilidades. “Los libros que llegan se discuten entre todos. Es decir, uno o dos editores lo leen y luego se hace un planteamiento en una reunión”, relata. En los primeros años no hubo reparto de ingresos económicos entre los socios, pero ya hacen un pago de “sueldos simbólicos”.

Tumbona es una editorial que no ha querido crecer, porque entonces la lógica de producción cambiaría. “Lo intentamos durante un año y la dinámica de la producción a gran escala, más industrial, le quitaba parte de su sentido y teníamos que trabajar más”, relata. “Nos gusta esta pequeña economía manejable. Por eso se llama Tumbona Ediciones, el eslogan es el derecho universal a la pereza, tomado de un libro de Paul Lafargue, el yerno de Marx”.

La cooperativa ha publicado 60 títulos.

 

Las experiencias en el mundo

Mientras en México las cooperativas aún se abren camino, en la escala global sobran los casos de éxito. Guillermo Díaz cita a Mondragón, una cooperativa que surgió en 1956 como iniciativa industrial en la ciudad del mismo nombre de Guipúzcoa, en el País Vasco. “Dentro de España funciona como cooperativa y fuera se presenta como un grupo más privado que social. Es el noveno grupo español. Está compitiendo en ventas e ingresos con los grandes grupos de España, como los del sector de energías”.

Corporación Mondragón actúa en cuatro ámbitos: financiero, industrial, distribución y conocimiento. En 2011 estaba conformado por más de un centenar de cooperativas de trabajo y producción, contaba con 83 mil 569 empleados, obtuvo ingresos totales por 14 mil 832 millones de euros y el valor de sus activos llegó a 32 mil 454 millones de euros —El Corte Inglés facturó 15 mil 778 millones de euros ese mismo año.

La corporación tiene un fuerte arraigo en la parte educativa. De hecho, surgió a partir de la inspiración de un sacerdote, Juan María Arizmendiarreta, quien en 1946 fundó en Mondragón una escuela profesional, y cinco de sus egresados conformaron en 1956 la primera cooperativa del grupo, dedicada a la fabricación de cocinas y estufas. Más adelante fundaron más cooperativas de producción, de crédito y un banco de cooperación. De esta manera, han conformado una red de apoyo mutuo, donde las ramas financieras apoyan a los proyectos industriales y de distribución; en el medio operan sus proyectos de formación y capacitación, dotando a los demás sectores del personal necesario para sostener las operaciones de la corporación.

Además de centros de enseñanza de nivel secundario, Mondragón cuenta con varios recintos de educación técnica, una escuela de negocios y la Universidad Mondragón, con cerca de nueve mil alumnos.

En Argentina, después de la crisis de 2001 cerraron muchas empresas, lo que incrementó las tasas de desempleo y desencadenó uno de los mayores movimientos de protesta popular de los últimos años en el mundo. En ese marco, cientos de trabajadores desocupados decidieron asumir el destino en sus propias manos, recuperando fábricas y empresas cerradas para volver a ponerlas a operar conforme la figura de cooperativas, englobadas en el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. (En la edición de 426 de MAGIS, publicamos un foto-reportaje sobre una de estas experiencias.)

Hasta ahora suman cerca de 200 las empresas reabiertas por los trabajadores, que se rigen por los principios de la autogestión, apoyo mutuo y horizontalidad en la toma de decisiones. Además de demostrar el poder de los empleados para levantar por sí mismos fábricas quebradas por los capitalistas, este movimiento está evidenciando el poder que tiene la solidaridad con las comunidades, ya que los trabajadores han contado con el apoyo de asociaciones barriales, de piqueteros y otras organizaciones sociales.

 

¿Transición, sustitución o reforma?

Pese al éxito de las cooperativas frente a la crisis que vive el capitalismo, los especialistas no ven con claridad que este modelo pueda constituir una alternativa definitiva. Jesús Torres Nuño, de Tradoc, dice: “Las cooperativas son una oportunidad para los trabajadores ante los cierres de empresas, pero mi opinión es que el cooperativismo no es la panacea. Por ejemplo, Hugo Chávez dice que Venezuela es el país con más cooperativas, pero no es este modelo de cooperativismo de Estado lo que representa la alternativa”.

Guillermo Díaz observa que en torno al cooperativismo hay una diversidad de tendencias: “Ciertos sectores ven que deben ser antisistémicos y una alternativa radical sustitutiva de la economía capitalista. Otras tendencias ven que son de transición, se les considera como formas no capitalistas, mas no anticapitalistas porque sí son capaces de establecer algún nexo con el mercado. La tercera tendencia es la que dice que el capitalismo debe tener un rostro más humano”.

Díaz no considera a Tradoc y a Pascual como experiencias de economías de transición. “Las cooperativas están llamadas a una sustitución muy radical y al mismo tiempo muy compleja y muy bella por su propia utopía, porque con ellas rompes con la esfera estrictamente de la economía para pasar a esferas más amplias como la social, la ecológica, de género o territorial”.

En este momento hay en el mundo cerca de 800 millones de socios cooperativos y unos 100 millones de trabajadores relacionándose en formas alternativas de producción, distribución, ahorro o consumo.

Ellos hacen realidad esa “bella utopía”. m

De la letra impresa al byte: ¿Internet está reprogramando nuestro cerebro?

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El arribo de las nuevas tecnologías vino a modificar las maneras de consumir información./foto:Flickr / TheNextWeb

Una queja recurrente se escucha en empresas, colegios y universidades: los jóvenes nacidos en la era de internet son incapaces de leer un simple texto y comprenderlo. Este reportaje indaga en los efectos de las nuevas tecnologías sobre nuestro hábitos de aprendizaje y en los retos educativos que nos presentan un horizonte de información ilimitada.

 

“Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google”, escribió Camilo Jiménez (Medellín, 1969), editor, periodista y, ahora, ex profesor universitario. Con estas palabras, publicadas el 7 de diciembre de 2011, su blog El Ojo en la Paja anunciaba su decisión: “¿Por qué dejo mi cátedra en la Universidad?”.

Cuenta que eran 30 estudiantes de Comunicación Social de tercer a octavo semestres. Ninguno pudo escribir un párrafo sin errores. Ortografía, concordancia, sintaxis: utopías. Simplemente no pudieron. “No debí insistir tanto en la brevedad, en la economía, en la puntualidad”: es el lamento de un profesor que se recrimina y, fatigado, depone las armas. Renuncia.

En 2002, cuando Camilo comenzó a impartir clases, todavía era posible que un alumno hiciera una síntesis. A regañadientes, pero salía. Diez meses después de publicar su post, lo entrevisté en la ciudad de México, en donde funge como relator del Segundo Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias, organizado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), entre el 10 y el 12 de octubre de 2012.

No ha vuelto a dar clases.

“Luego de mi carta de renuncia, recibí más de 600 cartas y comunicaciones de todo tipo, de todos los países de América Latina, casi sin excepción, y no exagero si digo que 90 por ciento expresaba la misma desazón. Profesores de periodismo, ciencias humanas, incluso de educación básica y media y de posgrado. Padres de familia, amas de casa…”.

Su perspectiva no es optimista. En un foro del Encuentro de la FNPI que reúne a algunos de los más grandes cronistas y periodistas de la lengua española, contó a 20 jóvenes sentados en la primera fila: catorce estaban chateando en su smartphone. Sólo dos tomaban nota con el aparato. Sólo dos, recalca.

En su retirada, hace casi un año, Camilo intuyó: “Algo está pasando en la educación básica, algo está pasando en las casas de quienes ahora están por los veinte años o menos”.

No se equivocó. Sí, algo está pasando. Nuestro mapa mental se reconfigura. Es una sensación que todos, en alguna medida, hemos tenido. Es como si sufriéramos una reprogramación de nuestros hábitos mentales. Y nuestras formas de pensar, razonar y recordar comienzan a transformarse.

El propio Camilo lo reconoce: “Me cuesta más concentrarme. Me tengo que obligar, en ocasiones, a no mirar mi Twitter o mi correo. Antes, hace 15 años, podía pasar cuatro, cinco, seis horas frente a un libro sin inmutarme. Ahora estoy más impaciente cuando paso una hora o dos con mi laptop cerrada o con mi teléfono lejos”.

 

Pregúntale al Dr. Google

Primero definamos qué es internet. Es una máquina poderosa y eficaz para recolectar, transmitir y manipular información. El lector se preguntará: ¿un libro no cumple un propósito similar? Sin duda. Pero el rasgo distintivo de internet es que facilita esos procedimientos en instantes y en volúmenes de datos jamás imaginados.

Google se ha concentrado en convertir la internet en una veloz e implacable herramienta a partir de su ambiciosa misión como compañía: “Organizar la información mundial y hacerla accesible y útil a todo mundo”. Por medio de un complejo sistema de algoritmos, que sus ingenieros y programadores están verificando y mejorando a cada momento, Google representa el esfuerzo sine qua non de la internet totalizadora e inmediata que coloca cualquier dato a sólo un clic de distancia.

“El interés económico de Google es asegurarse de que demos clic tantas veces como sea posible. La última cosa que la compañía desea estimular es la lectura sin prisas, o metódica, el pensamiento concentrado. Google representa, casi literalmente, el negocio de la distracción”, señala Nicholas Carr en su libro The Shallows: What the Internet is Doing to our Brains (Norton, 2010).

Debido a que Google es el sistema de búsqueda más popular, usado por ocho de cada diez internautas, su papel como “organizador” de la web influye directamente en nuestros hábitos. Por medio de sus sistemas de rastreo y escaneo estimula la lectura fragmentaria y veloz. Y eso tiene implicaciones.

“Existe un cambio tecnológico en los artefactos que producen la escritura o que nos ofrecen información para la lectura, el cambio fundamental es que el proceso de producción de información o ideas es mayor”, señala el doctor Luis Alejandro León Dávila, investigador de la Universidad de Guadalajara especializado en tecnologías para el aprendizaje.

La penetración global de internet es creciente. En el año 2000, sólo 6.7 por ciento de la población mundial tenía acceso a la web. Para 2010, la cifra subió a 30 por ciento, según datos del Banco Mundial. En países como Estados Unidos, ocho de cada diez habitantes tienen acceso a esta red.

En México hay 40.6 millones de internautas, según datos de la Asociación Mexicana de Internet (Amipici). En 2016 se estima que la cifra de internautas en nuestro país aumente a 64.5 millones o 53.8 % de la población.

Sólo para darnos una idea del poder de internet como herramienta de comunicación en el siglo XXI, basta leer las estadísticas que despliega YouTube (propiedad de Google) en su página web: “En un mes se sube más contenido de video a YouTube del que han producido las tres principales cadenas de televisión de Estados Unidos durante 60 años”.

 

100 mil millones de neuronas en transformación

Marshall McLuhan aseguraba que los efectos de la tecnología no ocurren en el ámbito de las ideas o los conceptos sino en los “patrones de nuestra percepción” de la realidad.

Nicholas Carr cuenta esta anécdota de Friedrich Nietzsche: en 1881, debido a sus achaques de salud y males crónicos, el filósofo comenzó a tener problemas de visión. Concentrar su mirada en una página le provocaba mareos y vómito. Entonces ordenó una máquina de escribir, herramienta que comenzaba a popularizarse. Esto le permitió escribir con los ojos cerrados sin sentir molestias. Sus problemas de salud disminuyeron y pudo resumir sus escritos. Pero también hubo otro cambio que le hizo notar su amigo Heinrich Köselitz: el estilo del filósofo se modificó. Su prosa se sintetizó, se hizo más telegráfica. En una conversación epistolar sobre el tema, Nietzsche concluyó: “Las herramientas que usamos para escribir influyen también en la composición de nuestros pensamientos”.

Un nuevo medio de comunicación, como internet, modifica nuestra concepción de la realidad y, finalmente, nuestra forma de ser, asegura Carr: “Nuestra forma de pensar, percibir y actuar, ahora lo sabemos, no está determinada enteramente por nuestros genes. Pero tampoco está determinada únicamente por nuestras experiencias durante la infancia. Nuestra forma de pensar cambia según la manera en que vivimos y las herramientas que usamos”.

Experimentos con primates al entregarles herramientas simples han demostrado el profundo cambio en su cerebro cuando éste entra en contacto con alguna nueva tecnología y la emplea.

En nuestro cerebro hay alrededor de 100 mil millones de neuronas. Neurobiólogos han deducido que si bien la composición del cerebro ya no cambia sustancialmente después de los veinte años, los circuitos y células neuronales sí tienden a modificar su tamaño según su uso, incluso a reducirlo si no hay actividad, como sugirió el neurocientífico J. Z. Young en su libro Doubt and Certanty in Science: A Biologist’s Reflections on the Brain (1951). Es decir, el cerebro en su forma o composición no se modifica. Lo que cambia son las interrelaciones neuronales. Es lo que se conoce como la “plasticidad” del cerebro o su capacidad para reprogramarse según nuestros nuevos patrones de comportamiento, nuestras experiencias y los estímulos del exterior.

Nuestros hábitos de pensamiento modifican la anatomía de nuestro cerebro: llegamos a ser, literalmente, lo que pensamos.

Del lector metódico al escaneador web

Internet está colmado de textos, pero la lectura es una de las actividades menos comunes en la red.

Frente a la pantalla escaneamos, ojeamos, buscamos puntos clave. Ya no somos el lector metódico que leía palabra por palabra de un artículo impreso (aunque aún los hay, desde luego). Estudios de Jackob Nielsen, experto en “usabilidad” y comportamiento del internauta, revelan que en la web un párrafo corto tiene el doble de posibilidades de ser leído que un párrafo largo. La velocidad del lector para huir es implacable: le dedica menos de un segundo al titular de una noticia.

La internet, como medio de comunicación, posee características propias que modifican por completo su lógica en relación con los medios tradicionales como el libro o el periódico. Su potencial comunicativo se relaciona con otros elementos: email, hipervínculos, chats, foros, fotografías, video, audio, mensajería instantánea. Su atributo es la actualización constante y el tiempo real: “¿Qué está pasando?” y “¿Qué estás pensando?”, preguntan Facebook y Twitter. El espacio y el tiempo ya no son un obstáculo. La convergencia de la informática, las telecomunicaciones y la cibernética han creado una gramática basada en un nuevo lenguaje: telegráfico, simplificado, instantáneo.

En un análisis basado en un sistema de Eye-track, Nielsen descubrió que el lector online dedica menos de un segundo para leer el titular de un periódico digital. Y aún más: sólo lee las dos primeras palabras para decidir si el texto merece su atención.

No leemos en internet por una sencilla razón: la lectura en una pantalla es hasta 25 por ciento más lenta que en papel. Y mucho más cansada. Si en papel un lector promedio lee alrededor de 250 palabras por minuto, en internet el rango se reduce a 200.

El lector digital es un hábil escaneador, lo que le permite evaluar el título, el diseño, los encabezados, texto e imágenes de un portal en sólo 15 segundos. Tiempo suficiente para decidir si interactúa o lo abandona. No hay tiempo para rodeos: el lector metódico del impreso, que leía palabra por palabra, casi no existe en la web. El lector online no busca ingenio ni documentos profusos: quiere datos, hechos, información directa e instantánea. No tiene tiempo para las metáforas y el rebuscamiento. Exige utilidad inmediata.

 

¿Estás conectado? Del pensamiento lineal al no lineal

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi pensamiento”, escribió el filósofo Ludwig Wittgenstein. Somos lo que pensamos. Lo que recordamos. Lo que expresamos y cómo lo expresamos. Somos lenguaje. Por eso las tecnologías intelectuales que modifican o alteran nuestra forma de comunicarnos —la manera como hablamos, leemos y escribimos— tienen un papel central en la construcción de nuestra identidad. La lengua es el vehículo del pensamiento consciente y cualquier tecnología que la altere o la reestructure influye en nuestro proceso cognitivo. “La historia del lenguaje es la historia de nuestra mente”, sostiene Carr.

Internet es una tecnología revolucionaria, como lo fue el libro. Pasamos cada vez más tiempo en línea. Hasta cuatro, cinco horas al día. Y eso está modificando nuestra capacidad de concentración. Entre más usamos internet, más difícil nos resulta concentrarnos en textos largos.

“Cambia el yo, en este caso el yo como aprendiz. La identidad se transforma porque el hecho de utilizar tecnología implica que la identidad se extiende y por tanto se modifica en la red, no por la red sino por decisión propia. Uno construye su identidad”, refiere el doctor León Dávila.

En vez de leer 300 páginas de un libro, ahora leemos cientos de extractos de manera fragmentada, irregular, a lo largo del día. Hacemos más conexiones entre un documento y otro. Tenemos pc y dispositivos móviles. Y, sobre todo: hay una influencia directa e intercambio con otras personas online.

“Cuando la gente dice: los jóvenes menores de 30 años no leen periódicos, dicen algo falso. Ellos leen mucho más que los adultos de todos los países, pero leen por internet, lo cual quiere decir que no leen un periódico, no tienen que tragarse todo lo que salió en un periódico. Toman un trozo de aquí, lo combinan con un programa de televisión acá y una imagen de allá, y la idea es que cada uno se construye su propio mensaje y escoge el universo de comunicación en el que se inserta”, explica Manuel Castells en su artículo “El poder en la era de las redes sociales”.

Algunos tecnólogos consideran que entre más conexiones se hagan a documentos, hipertextos y gente, nuestro pensamiento y nuestra escritura más se enriquecen. Hay quienes no lo creen así. Es un debate abierto.

Sócrates fue uno de los primeros en expresar recelo ante los cambios que representaba la nueva tecnología del libro. Platón, en su diálogo Fedro o de la belleza, refiere que para su maestro, entre más dependemos de la escritura para almacenar ideas y pensamientos, menos cultivamos el arte de la memoria. Es un miedo innato: que cualquier avance tecnológico nos hará perder una parte preciosa de nuestra naturaleza.

Un libro estimula la parte de nuestro cerebro relacionada con el lenguaje, mientras que internet  ayuda a desarrollar las habilidades para tomar decisiones, rastrear información y solucionar problemas.

En todo caso, estamos ante una transición en nuestra historia intelectual y cultural: se confrontan dos modelos de pensamiento. El viejo pensamiento lineal y el nuevo pensamiento no lineal. El primero implica concentración, atención a una cosa a la vez, principio y final. El pensamiento no lineal que representa internet tiene avidez por absorber y compartir información atomizada, inconexa e inmediata: entre mayor rapidez (y más), mejor. Infinitud e instantaneidad. Ahora y todo.

El pensamiento lineal es el pensamiento gutenberiano. Es el libro, la mente literaria y reflexiva. La que guió y dio cauce al Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Industrial, pero que probablemente encuentra su punto más crítico y su disolución con internet.

“Los jóvenes se vuelven productores de contenidos rápidamente, el microblogging es una forma de estar contando y recortando la realidad, es decir, de estar editando una propuesta de realidad. Para ellos no existe la noción lineal tan sacralizada. Sin duda que hay una revolución de las instancias que producen formas de comunicar realidades”, señala el doctor León Dávila.

La pregunta que neurocientíficos, tecnólogos y estudiosos de la mente tratan de contestar es: ¿Leer cientos de fragmentos es una manera más eficiente de expandir y dinamizar nuestro pensamiento?

Camilo Jiménez lo responde así en su carta de renuncia: “Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Sólo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la introspección. Tienen 302 seguidores en Twitter. Tienen 643 amigos en Facebook”.

El doctor León Dávila matiza: aunque “tenemos más retos para concentrarnos”, los procesos cognoscitivos “tienen mayor estimulación y eventualmente pueden lograr procesos muy significativos”. Y ejemplifica: “uno puede conocer la vida de Ana Bolena y, en ese mismo hipertexto, pasar a la de Enrique viii, a las intrigas de Wolsey o visualizar la abadía de Westminster y georreferenciarla. Esto desde luego es más significativo que un texto lineal”.

Se trata de distintos estilos cognitivos, como apunta Esperanza Navarro Martínez, especialista en nuevas tecnologías y trastornos de aprendizaje en lectura y escritura. En un libro de 200 páginas sigues un camino trazado: las páginas numeradas te guían. Con Google uno tiene el control y decide hasta dónde quiere llegar.

 

Otra forma de enseñar y aprender

En la educación tradicional, el docente es el centro del aprendizaje, pero las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hacen mucho más patente la necesidad de cambiar a modelos educativos centrados en el alumno, en los que el tutor se convierte en una especie de acompañante.

Kids pc es una empresa mexicana dedicada al desarrollo de software educativo. Su objetivo es elaborar materiales tecnológicos que hagan posibles nuevas estrategias didácticas para enriquecer los procesos de enseñanza-aprendizaje. Su equipo es amplio. Hay diseñadores, pedagogos, programadores y especialistas en sistemas. Desde su creación, hace 17 años, sus fundadores vieron en la tecnología un elemento potenciador del proceso de aprendizaje.

“Un software puede ser maravilloso, pero sin una intención educativa detrás no sirve de nada”, puntualiza María Antonieta Villanueva, coordinadora del Departamento Académico de Kids pc, empresa certificada en la norma oficial mexicana para desarrollo y mantenimiento de software.

En México hay pocas empresas que se dediquen, con una visión interdisciplinaria y pedagógica, a elaborar productos educativos multimedia: “Muchas no sobrevivieron. De hecho, nosotros nos estamos reinventando con el internet. Hay otras que han cambiado sus giros porque no es sencillo producir software educativo”, manifiesta.

Un error común es pensar que lo más atractivo visualmente es lo mejor. Pero muchas veces detrás de productos vistosos hay una pobre conceptualización y didáctica. “Creo que ahorita hay un boom muy fuerte porque las escuelas están dándose cuenta de toda la riqueza y las ventajas que pueden obtener al emplear la computadora con software educativo”, acota María Antonieta.

Ella percibe un punto de inflexión: las computadoras se abaratan, el acceso a internet se incrementa y los dispositivos móviles, como las tabletas, se hacen cada vez más populares. También nota más interés por parte de algunos profesores por explorar las nuevas tecnologías; saben que sus alumnos son nativos digitales y desean redescubrir su papel. De ellos depende el aprovechamiento al máximo de los materiales educativos; por ejemplo, una estrategia equivocada de la educación tradicional entre nativos digitales es dejarles de tarea la investigación de un tema, porque lo resuelven con mucha facilidad: copian y pegan. “Tenemos que reelaborar y pensar cuáles son las tareas que vamos a dejar a nuestros alumnos para que investiguen, hagan ejercicios de validación de fuentes y además organicen la información para que les sirva a ellos”, afirma María Antonieta.

Los alumnos ya no aprenden igual: los lapsos de atención son más cortos y además buscan la utilidad inmediata del conocimiento. ¿Para qué me sirve aprender esto? Por tanto, las competencias que ahora deben desarrollar son distintas: capacidad para navegar y rastrear información en el océano de datos que es la red, habilidades para verificar y distinguir fuentes fiables, establecer relaciones y organizar contenidos.

Es necesario abandonar el paradigma estructuralista y mecanicista. Hay dos competencias fundamentales que debemos desarrollar en el uso de internet: aprender a aprender y a rastrear información fiable. “Quien tiene un adecuado nivel de meta-aprendizaje puede desarrollar maravillas en sus escritos. Pero quien no las tiene, como la mayoría de las personas, lo que aprende es a copiar y pegar, sin hacer un verdadero análisis de la información”, señala la maestra Esperanza Navarro, especialista en trastornos de aprendizaje en lectura y escritura. “En la búsqueda está la profundidad”.

El profesor debe ser punto de partida en este nuevo proceso de aprendizaje: “Es un guía, un experto en contenido y quizás un pedagogo. Es también un comunicador. Pero no es todo a la vez, debe dar el tiempo para cada cosa. Es un guía piloteando un curso, es un experto en contenido cuando lo diseña, es un pedagogo cuando piensa y diseña las actividades o la evaluación y es un comunicador cuando arranca la motivación y permite que fluya el intercambio de ideas en un curso que utiliza las tic”, apunta el doctor León Dávila.

La lección es sencilla: en la Era de la Información, decir “no lo sé” es imperdonable, porque “todo” está en línea. Sólo es necesario desarrollar las competencias para encontrarlo y distinguir la paja de las perlas.

¿Eso están aprendiendo los nativos digitales? m

This is Hollywood, carnal

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Estados Unidos no es únicamente “el enemigo del Norte”, refiere Toby Miller, sino también el país sede de los estudios capaces de financiar y mantener a cientos de mexicanos dedicados a crear películas o series de televisión.

Por Enrique González y Jorge Báez

Desde que el primer estudio californiano abrió sus puertas, la contribución latinoamericana al inmenso engranaje de Hollywood ha sido incuestionable, aunque históricamente haya mostrado un perfil bajo, discreto.

Talento detrás y delante de cámaras —desde Dolores del Río o Lupe Vélez hasta Gael García, Salma Hayek, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro—; un mercado sumamente generoso —en 2011, México ocupó el quinto lugar en venta de boletos de cine en el planeta—, escenarios naturales y precios bajísimos para producir al sur del río Bravo, conforman uno de los conceptos teórico-metodológicos favoritos de Miller: la “división internacional del trabajo cultural”.

“A través de la historia de Hollywood ha habido una contribución artística y cultural muy importante desde América Latina, a causa del talento cinematográfico y televisivo mexicano”, asegura. “También de otros países, pero de México sobre todo”.

Estados Unidos no es únicamente “el enemigo del Norte”, refiere Miller, sino también el país sede de los estudios capaces de financiar y mantener a cientos de mexicanos dedicados a crear películas o series de televisión. In Treatment, una exquisita serie de la cadena hbo, fue adaptada, producida y dirigida por Rodrigo García Barcha, hijo del Nobel Gabriel García Márquez.

Esa división del trabajo, ese saber cómo, qué historias, para quién y con quiénes producir, también se traduce en la segmentación de audiencias que la industria audiovisual lleva a cabo para asegurar la rentabilidad de sus series y películas en todo el mundo.

Miller ha analizado cómo algunas de las series más premiadas de los últimos años, las que se forjan con guiones complejos, historias de largo alcance y profundos personajes adorados por críticos y consumidores (Tony Soprano, Don Draper, Walter White, alias Heisenberg, House…), se financian gracias a las funciones de box en pay per view, que consumen “las clases obreras latina y afroamericana” en Estados Unidos, que terminan pagando los gustos de la clase media blanca. m

(Este texto forma parte de una entrevista más amplia que Toby Miller dio a Magis. Para leer el texto completo, dar click aquí).


El Apocalipsis puede esperar

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“Todos los seres vivos dependen de su habilidad para entender la realidad en la que viven”, nos recuerda el investigador y divulgador de la ciencia Marcelino Cereijido. En esa probada cualidad para ayudarnos a observar, evaluar e interpretar la realidad se localiza el valor de la ciencia. Es decir, nos sirve para leer el mundo y construir un relato que nos lo explique. Porque mantenemos una predilección por creer que detrás de cada hecho debe existir un motivo, se nos antoja que todo tuvo un principio y nos parece irresistible el impulso de anticipar el desenlace de cualquier evento, desde el marcador de un partido de futbol hasta inferir cómo y cuándo se extinguirá la humanidad.

Sin embargo, las predicciones de los científicos no son infalibles. Se trata de modelos construidos con una metodología rigurosa, con cierto grado de credibilidad, que oscilan entre lo posible y lo probable: es imposible que de la materia inerte surja algo vivo, como anhelaban los obstinados defensores de la generación espontánea; en cambio, es poco probable que nuestro Puente Atirantado —ese elogio al dispendio de los materiales—, en Guadalajara, se desmorone sobre la avenida López Mateos, y resulta altamente probable que los pulmones de un fumador sean inutilizados por el cáncer.

Pero es difícil confeccionar un pronóstico certero sobre las probabilidades del posible fin del mundo, aunque nos empeñemos en apresurar una fecha, adelantar unas causas, como lo demuestra José Emilio Pacheco: “El 18 de mayo del 50 / Se va a acabar el mundo. / Confiésate y comulga y encomienda tu alma / A la misericordia de Dios Padre / Y pídele a la Virgen que ruegue por nosotros. // Todo esto me dijeron varias personas. / El 18 de mayo esperé el terremoto, / El diluvio de fuego, la bomba atómica. / Como es obvio, no pasó nada. // Hay otras fechas para el fin del mundo”.

 

Cinco posibles finales del mundo y de la humanidad

Mala sincronización.

Una gran diversidad de pequeños objetos se acerca constantemente a la superficie terrestre, sin consecuencias significativas porque se desintegran en su paso por la atmósfera de nuestro planeta. Pero hay evidencia de la posibilidad de que cada 100 millones de años algún cometa o meteorito de tamaño considerable impacte la Tierra con resultados desastrosos para los seres vivos; se supone que las últimas extinciones masivas —la que acabó con los dinosaurios, por ejemplo— han sido consecuencia de choques de esta naturaleza.

Adiós al Sol.

 

Se han hecho estimaciones razonadas de que dentro de unos 5 mil o 6 mil millones de años nuestra estrella, que provee las condiciones necesarias para la vida sobre el planeta, terminará su proceso evolutivo hasta convertirse en una estrella gigante roja que posiblemente devastaría a los vecinos más cercanos: con seguridad Mercurio y Venus, y tal vez también la Tierra, donde la vida animal y la vegetal desaparecerían debido a la falta de oxígeno en la atmósfera, convirtiendo al planeta en un hostil desierto.

 

La muerte chiquita.

Uno de los fenómenos más letales para la humanidad tiene que ver con las diminutas y virulentas plagas; hay registros de invencibles pandemias en siglos pasados. La probable mutación de algún virus, o el posible contagio masivo por alguna bacteria, son riesgos latentes para la vida —principalmente humana— en el planeta. Aunque no debemos olvidar que antecesores nuestros como el Homo erectus caminaron sobre la faz de la Tierra durante al menos un millón y medio de años, mientras que su versión mejorada, el Homo sapiens, apenas lleva unos 200 mil años de existencia.

 

Ríos de fuego. 

Para muchos geólogos, el comportamiento íntimo de nuestro planeta es una secuencia rítmica de proceso con largas duraciones. Entre ellas, erupciones volcánicas de grandes dimensiones. Incluso han llegado a sugerir que cada 100 mil años algún megavolcán se manifiesta liberando una cantidad de energía inconmensurable, lo que provoca deforestaciones a lo largo de enormes áreas y logrando que la temperatura promedio de la Tierra ascienda brutalmente, con resultados mortíferos para buena parte de la vida terrestre.

 

Catástrofe radioactiva.

El Reloj del Apocalipsis fue diseñado después de la II Guerra Mundial por un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago que participó en el Proyecto Manhattan, construyendo las primeras bombas atómicas. Su objetivo es alertarnos sobre el riesgo de un desastre atómico irreversible y fulminante para el planeta. En 1947, el reloj marcaba las 23:53 horas de la noche, advirtiendo que la medianoche representaría el fin de la humanidad. Con el paso de los años, el reloj se ha adelantado hasta las 23:58 en 1953 y se ha retrasado hasta las 23:43 en 1991. Ahora, después del accidente de los reactores nucleares en Fukushima en 2011, marca las 23:55.


Siete diferentes finales del mundo

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Cada determinado tiempo, los amantes del fin del mundo viven su fiesta particular con la llegada de la que será, ahora sí, la fecha definitiva para que todo deje de existir. Aquí presentamos siete pequeñas historias relacionadas, cómo no, con el final de los tiempos.

La aniquilación progresiva

Una forma realista de enfocar el fin del mundo consiste en comprender que éste progresa cada que una especie zoológica o botánica se extingue, alterando los ecosistemas. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (IUCN por sus siglas en inglés) ha llevado, desde hace más de cuarenta años, un índice pormenorizado de ese progreso a través de su Lista Roja, que registra el estatus de peligro que corren las especies amenazadas. Por otro lado, la Alianza para la Extinción Zero, una agrupación de organizaciones no gubernamentales, lucha por prevenir que el mundo vaya acabándose así.


Adelantarse al final

“La extinción humana voluntaria es la alternativa humanitaria para los desastres humanos”: es la conclusión a la que han llegado los integrantes de un movimiento ambientalista radical cuyo objetivo es suprimir la presencia del Homo sapiens en el planeta que tanto ha dañado. El Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, fundado en 1991, propone que, para evitar el fin del mundo, dejemos de reproducirnos, a fin de que la Tierra “recupere su buena salud”. Los voluntarios, según se explica en su sitio web, “aman a los bebés tanto como cualquiera. Pero tener bebés no es el problema: tener adultos es lo que causa los problemas”.

 

El mundo se acaba cada 14 días

Tommy George es un anciano de aborigen australiano, distinguido con un doctorado honoris causa por la Universidad James Cook por su conocimiento ancestral. También es el último hablante de la lengua agu-alaya, del pueblo Kuku Thaypan, y cuando muera, desaparecerá con él un mundo cuya historia se remonta miles de años. A fin de rescatar lo más que se pueda de esos mundos condenados a desaparecer con la extinción de las palabras que los nombran, nació el Proyecto Voces Perdurables de National Geographic, que recientemente dio a conocer sus “diccionarios parlantes”, una colección de grabaciones de los últimos hablantes de las lenguas que mueren a razón de una cada 14 días.

 

La música del Apocalipsis

Inspirado en una cita del Apocalipsis de San Juan (“Vi un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo, revestido de una nube y con un arco iris sobre la cabeza...”), el francés Olivier Messiaen compuso el Cuarteto para el fin de los tiempospara clarinete, violonchelo, violín y piano cuando estaba prisionero en un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Los intérpretes del estreno mundial, que tuvo lugar ahí mismo, el 15 de enero de 1941, fueron el propio compositor al piano (un instrumento desvencijado que se pudo conseguir) y tres compañeros. El público: presos y vigilantes.

 

Error de cálculo

Desde principios de 2011, más de 3 mil anuncios espectaculares aparecieron por varios países anunciando que el Juicio Final empezaría el 21 de mayo de ese año, para terminar (y con él toda forma de vida en la Tierra) cinco meses después. La campaña fue financiada por el multimillonario Harold Camping, propietario de una cadena radiofónica religiosa y quien ya en 1996 había lanzado una predicción parecida. Luego de equivocarse nuevamente, después del 21 de octubre no se volvió a saber de él —por más que su movimiento hubiera sumado los entusiasmos de miles de seguidores que se deshicieron de propiedades, cancelaron planes y se dispusieron a esperar el cumplimiento de la profecía.

 

Un negocio interminable

Apasionado por un tema que ha cautivado a la humanidad desde que se tiene memoria, el novelista mexicano Ignacio Padilla publicó, este 2012, La industria del fin del mundo, un ensayo que examina la fascinación de las civilizaciones por la escatología (y el provecho que muchos han sacado). En una entrevista, Padilla afirmó: “Hay que creer que nos va a tocar a nosotros, que los malos van a recibir su merecido y que nosotros vamos a sobrevivir: ésa es la mecánica apocalíptica”. El libro comenzó a ser escrito durante la epidemia de influenza de 2010, cuando abundaron las escenas catastróficas, y llevó a su autor a la isla de Patmos, donde San Juan escribió el Apocalipsis.

La industria del fin del mundo, de Ignacio Padilla. (Taurus, México, 2012).

 

En el lugar y el momento precisos

Dado que el furor actual por la inminencia del fin procede de determinadas interpretaciones de la cuenta del tiempo que llevaban los mayas, es en los territorios que ocuparon donde puede esperarse que se concentre la atención el 21 de diciembre. Y hay que aprovecharlo: así nació la Organización Mundo Maya, que agrupa a México, Belice, Guatemala, El Salvador y Honduras con el fin de explotar el interés turístico que suscita la proximidad de la fecha. Por lo que toca a nuestro país, en el sitio Mundo Maya 2012 puede disponerse de amplia información para viajar ahí. Para tomar las debidas previsiones, un reloj marca la cuenta regresiva para “el fin de una era”

¿Ya tiene todo lo necesario?

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Se hacen llamar preppers (preparadores), neologismo que engloba a una amplia porción de estadunidenses —nación muy proclive a producir histerias colectivas para beneplácito del sistema de consumo: ¿recuerda la “crisis cubana de los misiles”?— que se alistan desde hace años para “el fin del mundo tal como lo conocemos” (con permiso de la banda R.E.M.).

 

Hay gente que sencillamente no prevé: personas a las que en el peor momento se les puede terminar el papel de baño, y solamente les quedará maldecir y lamentar no haber ido al supermercado un día antes.

En el otro extremo hay personas a las que nada ni nadie pescaría desprevenidas: ni tornados ni tsunamis ni profecías mayas ni el mismísimo Apocalipsis. Como no les gustan las sorpresas, incluso ya están enseñando a sus hijos de ocho años a dispararle a ese ser humano poco previsor que en medio del más absoluto caos les quiera arrebatar sus alimentos. Y es que, ¿quién nos asegura que en 2013 seguirán abiertos los Wal-Mart o la tienda de la esquina?

Se hacen llamar preppers (preparadores), neologismo que engloba a una amplia porción de estadunidenses —nación muy proclive a producir histerias colectivas para beneplácito del sistema de consumo: ¿recuerda la “crisis cubana de los misiles”?— que se alistan desde hace años para “el fin del mundo tal como lo conocemos” (con permiso de la banda R.E.M.).

Si el fin del mundo está tan cerca como millones de personas creen, usted tal vez no duraría mucho en este planeta. Tormentas solares, terremotos, maremotos, colapso financiero, inundaciones, revueltas, saqueos, falta de electricidad y combustibles, plagas y demás catástrofes dejarán a la Tierra a merced de la anarquía, porque la comida escaseará, el dinero, el oro o las bolsas de Prada no valdrán nada, y tendremos que adaptarnos y ser autosuficientes para sobrevivir. Algo que los preppers ya están haciendo.

Cultivan sus propias frutas y verduras, ordeñan cabras en sus jardines, crían peces en sus albercas, aprenden a hacer fuego, purifican sus reservas de agua, construyen búnkers rudimentarios y los llenan con latas de comida, linternas, máscaras antigás, utensilios de limpieza... La era del progreso ha terminado para ellos, y vuelven a confiar en las habilidades de la humanidad primigenia.  

¿Obsesión? ¿Locura? ¿Pesimismo exacerbado? ¿Adelantados a su tiempo? Las razones de los preppers para cambiar religiosamente sus hábitos de vida y consumo podrán parecer desorbitadas, pero finalmente son individuos —y en algunos casos comunidades enteras— que se independizan de un sistema económico basado en la especulación; en ese sentido, su conducta podría ser ejemplar para cualquier ciudadano que desee ahorrar dinero o comer más sano, sin importar que crea o no en la inminencia del fin del mundo. “Hemos de pensar de manera distinta; cuidar de nosotros mismos, ser verdaderamente autosuficientes”, dice uno de ellos, padre de familia.

“Si hay hiperinflación, la gente desesperada hará cosas desesperadas; gran cantidad de gente se quedará sin trabajo, los precios se dispararán, nadie podrá comprar nada y los barrios más seguros dejarán de serlo. Llevamos a nuestros hijos a disparar una vez al mes, a veces dos, si hace buen tiempo”, añade un ama de casa de Phoenix.

Por lo pronto, y mientras aún tienen internet, los preppers se organizan por medio de sitios web, Facebook o Twitter; protagonizan documentales de National Geographic y no se cansan de advertirle a la confiada humanidad que, si no se alista, sufrirá lo indecible cuando esto llegue a su fin. m

 

Para ver

::Preppers, serie del canal NatGeo.

::Los modernos supervivencialistas.

En internet

:: Una extensa red de recursos, noticias, organizaciones y educación para reaccionar ante la catástrofe.

:: No sólo en Estados Unidos toman medidas:

En Italia.

En Australia.

::¿Las diez cosas que necesita un supervivencialista? ¿Cómo construir calentadores solares, bombas de agua o rifles en casa? ¡Todo eso y más en Practical Preppers!

::Observa. Prepárate. Sobrevive.

Rómpase en caso de Armagedón

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Cuando uno es quien espera la muerte, se despide de los seres queridos, resuelve asuntos, prepara un epitafio que apuntale con justicia el recuerdo de los vivos; pero cuando todos esperamos juntos la muerte simultánea, nada de eso tiene sentido.

Para que el mundo pueda acabarse necesitamos que su final tenga nombre. Es lo bello del Apocalipsis: sabemos de lo que trata con pasmosa exactitud, con jinetes, resurrección de los muertos y Juicio Final incluidos. Pero no es el Apocalipsis lo esperado, sino un confuso “fin del mundo”. ¿Qué significa? Si el tema fuera la destrucción del planeta, sería clarísimo. Si dijéramos: “la extinción de la especie humana”, estaríamos del otro lado. Pero ¿“mundo”?, ¿“fin”?, ¿“del”? ¡Qué dilema de vaguedad! Y lo que no se anuncia con precisión, no puede tener orden del día: del fin del mundo no sabemos si esperar un desastre climático, una guerra devastadora o el surgimiento de una nueva era de percepciones extrasensoriales —y de los tres panoramas, el tercero ni siquiera es temible; prepararse para ello es como alistarse para las rebajas de enero—. Asumamos mejor la guerra o el mal tiempo como posibilidades de lo que sucederá el 21 de diciembre del año en curso a las 11 de la mañana con 12 minutos.

Antes de hacerlo, considere que, cuando uno es quien espera la muerte, se despide de los seres queridos, resuelve asuntos, prepara un epitafio que apuntale con justicia el recuerdo de los vivos; pero cuando todos esperamos juntos la muerte simultánea, nada de eso tiene sentido. Conviene preguntarse: ¿quiero intentar sobrevivir, o quiero pasarla bomba el tiempo que queda? Si ha respondido sí a lo primero, lo felicito, pues tiene un instinto de supervivencia pleno y en activo; en tal caso, debemos desear que el fin del mundo se refiera al enloquecimiento climático, pues si el esperado viernes se desata una guerra nuclear, ahora es tarde ya para construir el búnker necesario; sin embargo, si el clima es el problema, debemos estar preparados contra terremotos, erupciones volcánicas (incluidas la lava y la incómoda ceniza), maremotos, tsunamis, ríos desbordados y huracanes. Pero siempre tenga en mente lo que dicta el sentido común: aunque sean simultáneos, no todos lo van a golpear a usted. ¿Dónde estará? ¿En la ciudad de México? Ningún tsunami lo acechará, pero su equipo para terremotos debe estar a la mano ¿Vive en la ciudad de Colima? No le quite la vista al volcán, aunque el maremoto será noticia distante. ¿En Guadalajara? Habrá inundaciones más fuertes que las de cada año, pero no lava y ceniza. El caos climático no puede ser “alegre y repartido como el pan de los pobres”.

Ahora bien: respondió que prefiere pasarla bomba el tiempo que queda. También lo felicito, su loco y suicida amor por la vida contagiará a propios y extraños. Lo primero que debe lograr es que adelanten los días feriados decembrinos con su respectivo aguinaldo. Morir alegre es caro. Es momento de tirar la casa por la ventana antes de que ya no tenga casa. Haga lo que siempre quiso hacer, pero seleccione sus impulsos: matar a su jefe o cobrar alguna venganza sólo lo desgastaría y le quitaría un tiempo único. Recuerde que todos nos vamos a morir, y pronto. Besar a la vecina, bailar desnudo en la calle o bañarse en una fuente céntrica tendrá mejores resultados en su ánimo. Nada como una autodestrucción masiva para fortalecer la autoestima e intentar la proeza de ser auténtico. Disfrútelo. m

Seis mil millones de veces el fin del mundo

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La tragedia ya no es el fin de la civilización, sino los cataclismos íntimos de los pobladores de mundos hostiles, que no les permiten ser verdaderamente humanos.

Si Fredric Jameson decía que el arte posmoderno era el reflejo del capitalismo tardío, para mí las historias de los sobrevivientes del fin del mundo son el sello de nuestro individualismo en peligro de extinción.

La literatura postapocalíptica tiene un abolengo rancio, aunque no tanto. Habrá, quizás, ejemplos anteriores, pero es sólo en el siglo XIX cuando comienzan a proliferar historias sobre la vida después del Gran Cataclismo. En las novelas y cuentos de Mary Shelley (The Last Man) y Richard Jefferies (After London), o en la andanada de narraciones de H. G. Wells. La tragedia radica en que la humanidad termine antes de que nuestros esfuerzos civilizatorios lleguen a su destino. En aquellas historias, los sobrevivientes miran hacia atrás con añoranza, se refieren a la antigua civilización humana —es decir, a nosotros— como se hablaría de antiguos dioses cuyo tiempo ha pasado.

Sin embargo, ahora que sabemos que el progreso conduce a las puertas mismas del Apocalipsis bélico y ecológico y, en respuesta, hemos erigido nuestra moral en un respeto incontestable al individuo, la literatura postapocalíptica cobra nueva trascendencia. Si en los autores decimonónicos el fin del mundo llegaba como una muerte multiplicada por mil millones, en la literatura de hoy llega al revés, en la forma de seis mil millones de muertes experimentadas, una por una. La tragedia ya no es el fin de la civilización —¿a quién le importa, en serio, el fin de Microsoft o de la OTAN?— sino los cataclismos íntimos de los pobladores de mundos hostiles, que no les permiten ser verdaderamente humanos: la descripción del dolor en su singular e intransferible riqueza, el testimonio de quien siente nacer al zombie conforme el alma —en su individualidad fragilísima— se desgaja. m

 

El aturdimiento

Joël Egloff

(Lengua de Trapo)

Egloff rompe con los parámetros de la literatura postapocalíptica: no hay gran aventura, no hay lucha por la supervivencia, no hay trayecto ni batalla, sólo hay una rutina anodina, maloliente, en un paisaje consumido por los desechos y la basura. El protagonista trabaja en un rastro, cuida a su abuela, vive cerca de un aeropuerto y, entre descripciones de un mundo que parece surgir de un infinito cinturón industrial, hace gala de esa lucidez implacable que engendran el cinismo y la resignación. El primer capítulo está disponible en el blog del periódico español El Mundo

 

El cuento de la criada; Oryx y Crake; El año del diluvio

Margaret Atwood

(Ediciones B / Zeta)

El cuento de la criada es, sin duda, uno de los mejores libros de Atwood. Se trata de una sociedad distópica en lo que alguna vez fuera Estados Unidos, ahora asolado por la infertilidad y reconstruido sobre un puritanismo sexista y opresivo que hace quedar a los talibanes como bon-vivants libertinos. Oryx y Crake y El año del diluvio son las dos primeras entregas de la trilogía MaddAddam, probablemente el proyecto más ambicioso de la literatura postapocalíptica de altos vuelos. En El año del diluvio aparecen 14 himnos devocionales de la nueva religión que ha surgido a partir de la erradicación de la raza humana. Estos himnos se pueden adquirir en la página web oficial del libro.

 

Una breve historia de los que ya no están

Kevin Brockmeier

(Emecé)

La novela de Brockmeier es una narración ágil y sin pretensiones que transcurre en dos mundos: uno despoblado a consecuencia de un virus terrorista que se ha diseminado en la fórmula de Coca-Cola y —como era de esperarse— ha terminado con la raza humana. Laura Byrd, miembro de una expedición de científicos en la Antártida, parece ser la única sobreviviente. La otra parte de la historia ocurre en un limbo donde los muertos esperan para pasar a la siguiente etapa. Es una ciudad como cualquier otra, salvo que los pobladores llegan y desaparecen de improviso. El primer capítulo —quizá el mejor de la novela— fue publicado (en inglés) en septiembre de 2003 en The New Yorker.

 

La carretera        /  Hijos de los hombres

Cormac McCarthy /  P. D. James

(Mondadori)       /   (Zeta)

En ambas novelas, la tensión se construye sobre las consideraciones morales de los personajes más que sobre sus odiseas. Es esa indagación moral en medio del vívido realismo de la atmósfera lo que las hace estremecedoras, algo que Slavoj Žižek ha encomiado sobre la versión cinematográfica de Hijos de los hombres, pero que ya estaba presente en la novela. Asimismo, en La carretera, el estallido que da origen a la historia no produce zombies ni criaturas mutantes con las que pueda desarrollarse el tema de la civilización contra la barbarie —como un remake de Conrad o Kipling o Bernal Díaz del Castillo—, sino que la lucha por la supervivencia se libra entre hermanos, entre pares. No en vano, McCarthy es el reinventor del western en la literatura contemporánea.

 

The Walking Dead

Robert Kirkman y Tony Moore

(Image Comics)

Originalmente una colección de cómics más o menos dentro de la ortodoxia del subgénero de zombies, The Walking Dead ha dado origen a una exitosa serie de televisión y a un ramillete de productos culturales. Me ha llamado la atención, sobre todo, el videojuego lanzado para smartphones y tablets. No se trata de destreza digital ni de estrategia, sino de tomar decisiones morales y observar cómo influyen en el desarrollo de la trama. Al final, la experiencia es más cercana a leer una entrega del cómic o ver un capítulo de la serie que a jugar un videojuego; es, en pocas palabras, otra vuelta de tuerca en el desarrollo de nuevas plataformas para contar historias. Es posible ver avances de los episodios y comprar el juego en línea.

Para leer

:: Field Guide to the Apocalypse: Movie Survival Skills for the End of the World, de Meghann Marco. Entre otras cosas provee consejos para detener una invasión alienígena, salvar al mundo y realizar un ataque masivo y coordinado de animales.

Para ver

::Apocalipsis ahorita (en 8 minutos).

::¿Los mayas sabían algo que nosotros ignoramos? O “El fin del mundo puede ser aburrido”.

Cuestión de excesos

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En las últimas décadas la comunidad científica ha puesto el ojo en el medio ambiente: asuntos como el calentamiento global o el uso de fuentes renovables de energía son atendidos urgentemente para buscar soluciones eficientes y menos contaminantes, económicamente viables, socialmente aceptables y ecológicamente racionales, porque la amenaza de un colapso parece ser cada vez más real.

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La idea del fin del mundo es tan antigua como el miedo. Pero en aquellos finales imaginados las causas eran incontrolables para la humanidad: erupciones volcánicas que incinerarían todo a su paso, océanos desbordados, pandemias lacerantes, asteroides o cometas que habrían de impactar a la Tierra. A partir de los años sesenta del siglo xx, los temores se transformaron con la publicación de Primavera silenciosa, de la zoóloga estadunidense Rachel Carson: la humanidad misma se convirtió en el villano potencial para llevar a nuestro mundo a su fin o —siendo más precisos— para contribuir significativamente a la extinción de nuestra especie sobre la faz de la Tierra, a causa de nuestro comportamiento negligente: la contaminación del aire, el agua y los suelos, la deforestación masiva, el despilfarro de energía y de alimentos, el crecimiento acelerado de la población…

El planeta dejó de parecernos un manantial infinito y se nos reveló como un enfermo más o menos moribundo.

Por eso en las últimas décadas la comunidad científica ha puesto el ojo en el medio ambiente: asuntos como el calentamiento global o el uso de fuentes renovables de energía son atendidos urgentemente para buscar soluciones eficientes y menos contaminantes, económicamente viables, socialmente aceptables y ecológicamente racionales (aunque todavía sin éxito rotundo), porque la amenaza de un colapso parece ser cada vez más real. Ya hace unos años, el versátil científico estadunidense Jared Diamond sugirió las razones básicas por las que las sociedades del pasado se extinguieron —interesante manual de instrucciones para construir el futuro—, y el factor común de todas ellas es el manejo incorrecto de los recursos naturales.

Quizás la humanidad no represente una amenaza seria para la longevidad de este planeta que tanto nos ha soportado durante 4 mil 500 millones de años, pero sí podemos ser un riesgo para nosotros mismos. Octavio Paz lo advirtió: “Nuestro irreflexivo culto al progreso y los avances mismos de nuestra lucha por dominar la naturaleza se han convertido en una carrera suicida. En el momento en el que comenzamos a descifrar los secretos de las galaxias y de las partículas atómicas, los enigmas de la biología molecular y los del origen de la vida, hemos herido en su centro a la naturaleza. Por esto, cualesquiera que sean las formas de organización política y social que adopten las naciones, la cuestión más inmediata y apremiante es la supervivencia del medio natural. Defender a la naturaleza es defender a los hombres”. m

 

Para leer

:: Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, de Jared Diamond (Debate, 2006).

:: Primavera silenciosa, de Rachel Carson (Crítica, 2010).

:: La economía azul, de Gunter Pauli (Tusquets, 2011).

En la web

::¿Cuánto de los recursos naturales necesitamos realmente para subsistir?

Herramienta electrónica para calcular la huella ecológica.

::Conferencia People and Planet, del científico británico David Attenborough.

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