Allende sigue siendo una cicatriz de la guerra en México. Los vestigios del horror siguen intactos: en las calles principales se ven 46 casas quemadas, muros y techos destruidos, restos de objetos achicharrados, casonas abandonadas con maleza crecida, ropa regada y enlodada, una mecedora de juguete, vidrios perforados por balazos…
Este pueblo ardió entre el 18 y el 21 de marzo de 2011, cuando los Zetas se llevaron a decenas de personas y quemaron sus viviendas. La situación continuó por meses en la región: se estima que desaparecieron entre 35 y 300 personas, dependiendo la versión.[1] A seis años, el escombro sigue donde mismo, como un recordatorio permanente de los días de infierno.
Cuando esto ocurrió, Olga Saucedo no se preocupó, pensó que nada les podía pasar. En diciembre de 2011 recibió la noticia de que se habían llevado a su hija Adanarys, de 22 años, a su yerno y a cinco familiares de éste. A todos los sacaron de madrugada de la casa donde vivían en Piedras Negras. Olga fue de inmediato por sus nietos: uno de 15 días de nacido y otro de dos años de edad. Se salvaron porque esa noche durmieron con su abuelo. Comenzó la búsqueda pero con dificultades, ya que ella trabajaba y el niño no quería tomar biberón. A los tres meses renunció a su trabajo, su padre y su familia la apoyaron económicamente y se dedicó de lleno a buscar a Adanarys.
Fotos: Alejandra Guillén
Olga relata su historia en el trayecto de Saltillo a Monclova de la Caravana Internacional de Búsqueda en Vida de Desaparecidos, que se realizó del 12 al 22 de mayo en Coahuila. Ella en realidad ya no busca a su hija. En 2016, la Fiscalía de Coahuila la mandó llamar para decirle que habían encontrado al hombre que la mató. El asesino reconoció la foto de Adanarys porque ésta le había rogado que no la matara, pues tenía dos hijos pequeñitos. Él le respondió que era su vida o la de ella. Ese mismo día los mató y llevó los cuerpos a la cárcel de Piedras Negras. Doña Olga es de voz suavecita, sonriente, menudita, y cierra los ojos cuando cuenta que no quiso escuchar el nombre del sujeto ni conocer más detalles de lo que le hicieron a Adanarys.[2]“Todo está en mi expediente, pero no quiero saber nada de él. Esa persona me arrancó parte de mi ser, a mi hija que apenas empezaba a vivir, que no le hacía daño a nadie, sólo estaba en el momento equivocado. Él contó que ahí incineraban a toda la gente que desaparecían; hasta ese momento supe que en el Centro de Reinserción Social hacían eso. De corazón yo ya lo perdoné, no quiero tener odio en mi corazón ni que mis hijos lo sepan, quiero que crezcan sanos de mente y de corazón, no quiero que chiquitos sepan cómo mataron a sus papás”.[3]
Cuando dice “mis hijos” se refiere a sus dos nietos, de quienes quedó a cargo. Los dos la llaman mamá, aunque la mayor sí recuerda a Adanarys y a su papá. Cuando la Caravana pasó por Allende, los dos niños se incorporaron a la misa y a la marcha con una playera con la foto de sus padres. También acudieron familias de desaparecidos aquella primavera de 2011. Con las pancartas trataban de cubrir su rostro, aún con el miedo guardado en el rostro y con ataques de llanto. Al paso de la marcha, la gente de los negocios se ocultaba detrás del cristal, cerraba las puertas. Caminaron frente al teatro y el cine en ruinas, casas abandonadas, balaceadas. Sin embargo, fue un trayecto crucial para romper el silencio y sembrar la semilla de buscar a los desaparecidos de manera colectiva.
Olga organizó el hospedaje y la alimentación en Allende. Y sigue participando en las caravanas porque, dice, “aunque ya sé qué pasó con mi hija, busco a Adanarys en cada mujer desaparecida”.
El germen de la búsqueda en vida
Cuando los colectivos de familias de desaparecidos comenzaron las búsquedas de fosas,[4] la tierra comenzó a escupir cadáveres, huesos y cenizas, y a gritar el horror que en ella se ha sepultado. Sin embargo, algunos padres y algunas madres tenían la inquietud de realizar búsquedas en vida, pues creen que existe la misma probabilidad de que sus seres queridos estén vivos que muertos. Julio Sánchez Pasillas era uno de los más inquietos. Desde hace cinco años sigue las pistas de su güerita, su hija Tania Sánchez Aranda, de 22 años, que desapareció en Coahuila. Sospecha que puede estar en redes de trata con fines sexuales.
La idea de buscar en vida fue madurando entre integrantes de la Red de Enlaces Nacionales y de la Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Don Julio Sánchez y Sandra Luz Román Jaime lograron concretar la Caravana Internacional de Búsqueda en Vida, que originalmente era para rastrear mujeres pero luego se amplió a todos los desaparecidos. Se eligió que el recorrido fuera por Coahuila porque las madres de centroamericanos querían ir a territorios fronterizos de paso de migrantes, aunque al final no pudieron llegar a México por falta de visa y de dinero.
La caravana partió el 12 de mayo de Torreón, donde se reunieron familias de 25 ciudades de doce estados como Veracruz, Michoacán, Morelos, Coahuila, Guerrero, Nuevo León, Tamaulipas, Oaxaca y Querétaro. De ahí continuaron su camino hacia Saltillo, Allende y Piedras Negras, donde concluyeron el 22 de mayo. La búsqueda consistió en visitar cárceles y mostrarles las fotos de desaparecidos, revisar imágenes de cadáveres no identificados de los Servicios Médicos Forenses y fotos de trabajadoras sexuales que resguardan los centros de regulación sanitaria, visitas a escuelas y marchas en cada ciudad. En ese andar detectaron 22 casos de posibles positivos, que los ministerios públicos ya están investigando para ver si coinciden con alguna persona desaparecida.
Entre esos posibles positivos está la hija de Sandra Luz Román. Hace un mes acudió al Centro de Readaptación Social de Saltillo, donde una interna le dijo que conocía a su hija, Ivette Melissa Flores Román, que estaba viva y tenía gemelos. “Son dos coincidencias que me hacen pensar que es real. Ella desapareció el 24 de octubre del 2012 en Iguala, Guerrero”.
Don Julio considera que el balance de la caravana superó sus expectativas, para empezar porque en Allende no se había realizado ninguna marcha desde 2011 y “eso tuvo su efecto para que más gente se animara a salir a las calles y a acercarse con nosotros para contarnos de sus desaparecidos. Sinceramente no teníamos esperanza de encontrar nada, porque es más fácil la búsqueda en fosas, siempre encontramos algo. Y en esta caravana encontramos 22 posibles positivos, olvídate, es excelente para nosotros”.
Aunque él tiene años realizando la búsqueda en vida, considera que caminar en colectivo abre más puertas “y las autoridades no tienen pretexto para tener tácticas dilatorias”, además de que entre todos pueden observar mejor y tener presentes más caras de desaparecidos.
Encontrar se hace al andar
A la Caravana Internacional se registraron padres y madres especializados en búsquedas terrestres de fosas o “centros de exterminio”, como los nombran principalmente integrantes de los colectivos de Coahuila y Veracruz que han localizado ranchos, pozos y terrenos repletos de restos óseos incinerados donde se quemó a decenas o tal vez a cientos de personas —cifra que tal vez nunca se sabrá porque de pocas piezas se puede extraer ADN que sirva para la identificación—.
María de la Luz es de Torreón y tiene ya afinados sus métodos de búsqueda. Su hija Claribel Lamas López desapareció cuando tenía 17 años de edad, en la ciudad de Torreón, el 13 de agosto de 2008. Lucy comenzó a buscar desde que notó que su hija se había llevado su ropa. “Sentí el cuarto limpio, lo sentí solo, entonces empezó mi desesperación, porque sabía que se había ido con una amiga que conoció en la disco”. Entonces comenzó a investigar en sitios de taxis, centrales camioneras, bares, antros, puntos de parada de traileros, en las calles de Monterrey, Saltillo y otras ciudades. Abandonó su negocio y usó las tarjetas de crédito hasta que pudo para trasladarse de un lugar a otro, pero el dinero se acabó y comenzó a cargar bolsas con clavos de olor para espantar el hambre, porque las caminatas eran de todo el día y no tenía dinero para comer en la calle.
María de la Luz conoció a Silvia Ortiz, del Grupo VIDA, quien, al ver que Los Otros Desaparecidos de Iguala salieron a buscar fosas en 2014, propuso hacer lo mismo en Coahuila. Con la propuesta de Silvia, la señora Lucy recordó que en 2010 su hermano tenía ganado por el ejido Patrocinio y le contó que se escuchaban lamentos. Comenzó a ir vestida como si fuera campesina, con sombrero, paliacate, un palo y un garrafón de agua a la espalda. Los chiveros le ayudaron a dar con los sitios donde había tambos, cenizas, restos de huesos enterrados por doquier, zapatos, ropa… Lucy recuerda que su hermano llegó a ver catorce tambos, y un chivero le dijo que él llegó a ver de 80 a 90 tambos donde quemaban a la gente.
—¿Entonces hubo cientos de muertos? —le preguntó Lucy.
—Son miles señora, diario pasaban las camionetas con gente amarrada atrás, así hasta empalmados como animales, de día, el sol estaba altito —le respondió el hombre.
—¿Y los tambos?
—Se los llevaron pa’l kilo, pero allá hay dos —dijo el señor y la llevó a donde éstos se encontraban.
Lucy recuerda que los primeros días de búsqueda se ponían mal. “Es muy doloroso, pero siempre iba con esto que decía, les damos paz a otras familias, porque creo que la mía está viva; es esa mentalidad, pero no creas que de dientes para afuera, porque no sabías el dolor que sentía”.
En los centros de control sanitario y al ver las fotos de los cuerpos no identificados, Lucy era una de las más atentas, siempre señalaba que alguna mujer podía ser su hija o alguna otra joven desaparecida.
Las búsquedas no son nada sencillas, sobre todo porque en Coahuila hubo una especialización en desaparecer a los desaparecidos. La Fiscalía del Estado aclara, a través de una solicitud de información, que en Coahuila no hay fosas, sino 35 “centros de inhumación clandestina”. El término incluye los sitios en donde se incineraban los cadáveres y en los que se enterraban los restos calcinados Don Julio dice que el patrón recurrente era usar tambos agujereados con talache, donde metían a la gente y la quemaban con diésel y gasolina. Alrededor ponían una llanta de tráiler para contener el fuego y en hoyos de 40 por 40 centímetros de hondo vaciaban los restos quemados.
Las búsquedas cada vez son más especializadas. Son decenas de hombres y mujeres expertos en detectar fosas y hasta personas que pudieran estar esclavizadas. El sueño de don Julio es que en cada rincón del país la gente salga a liberar a quienes están esclavizados por empresas del crimen organizado (en narcolaboratorios o plantíos, como sicarios o halcones, en redes de trata con fines sexuales o como mujeres para los criminales), a encontrar fosas, o de perdida que manden de manera anónima toda la información que pueda ayudar a localizar a los miles de desaparecidos. m.
[1] Para abundar más sobre lo ocurrido, ver “La venganza de los Zetas en Allende, la masacre que no conocimos”, publicada por Javier Garza el 10 de octubre de 2016 en el diario El País.
[2] Aunque no hubo tiempo de consultar el expediente, la versión fue confirmada por un ministerio público que acompañó la Caravana Internacional de Búsqueda en Vida.
[3] De acuerdo con la nota “Penal de Piedras Negras funcionaba como matadero de los Zetas”, publicada en la agencia APRO de Proceso, Rodrigo Humberto Uribe Tapa, empresario y presunto operador de los Zetas confesó que el penal de Piedras Negras, Coahuila, lo usaban como “matadero”, ya que ahí tenían un gran horno crematorio que operó entre 2009 y 2011, periodo en el que gobernaba Humberto Moreira.
[4] El grupo Los Otros Desaparecidos de Iguala comenzó a caminar los cerros de Iguala donde se encontraron fosas. Colectivos de otros estados replicaron las búsquedas e incluso se conformó la Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos, que en 2016 visitó Veracruz y a principios de 2017 fue a Sinaloa. Sin embargo, el Colectivo Tijuana ya tenía experiencia en búsqueda, pues gracias a sus investigaciones localizaron en 2009 los predios donde Santiago Meza, conocido como El Pozolero, donde confesó que desintegró a al menos 300 cuerpos.