La Patrona, un poblado de Amatlán de los Reyes, Veracruz, es un punto perdido entre los ocho mil kilómetros que recorre el tren llamado “La Bestia” en su paso por México y rumbo a Estados Unidos. Pero lo que para unos es apenas un pequeño punto en el mapa, para otros es una mano extendida: miles de migrantes centroamericanos que han pasado por ahí han recibido bolsas de comida y agua de la mano de Las Patronas, un grupo de mujeres que, al pie de las vías, ofrece su ayuda a los migrantes que, montados en los vagones del tren, pasan frente a ellas: unas veces veces tan rápido que tienen que lanzar las bolsas, otras tan lento que alcanzan a mirarlos a los ojos y escuchar cuando les agradecen.
Norma Romero, una de las líderes de este grupo de mujeres, estuvo de visita en el ITESO. En noviembre de 2013 recibió, en representación de Las Patronas, el Premio Nacional de Derechos Humanos por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Un reconocimiento a un trabajo que comenzó en 1995 y que ha venido heredándose de madres a hijas, de hermanas a primas.
Cada día, las catorce mujeres —y dos hombres que apenas se animaron a participar— cocinan en una olla de un metro de diámetro arroz, pasta, frijoles, verduras… lo que hayan conseguido de donaciones o de sus bolsillos, y lo reparten en bolsas. Lavan botes de plástico que encuentran tirados, o que guardan durante semanas, para llenarlos de agua. Después arrastran las cajas a las vías del tren y esperan. Cuando éste se aproxima, se acomodan en fila y, entre silbidos y bendiciones, pasan las bolsas llenas mientras el tren sigue en movimiento. Las Patronas entregan un promedio de 200 paquetes cada día.
Con los años, relató Norma, han perfeccionado sus técnicas y hasta se han hecho de mañas. Antes era común que los trenes aceleraran al verlas en el cruce. “Hemos tenido que enamorar al maquinista con un lonchecito para que baje la velocidad”, dijo Romero, provocando la risa de los asistentes. También se les ocurrió anudar dos botellas de agua, dejando espacio para que los migrantes puedan tomarlas con el tren en movimiento. Se dividen los roles de dar agua y comida para poder repartir los más posibles.
“Me di cuenta que era tarea de Dios. Él había elegido a ese pueblo y a esas mujeres”, dijo y luego añadió que, como toda tarea, no ha sido fácil: de 26 mujeres que comenzaron, quedaron en catorce porque sus familias no estaban de acuerdo; los habitantes de los poblados aledaños las acusaban de que el gobierno les pagaba para hacerlo, o de que se convertirían en “coyotas”. Además, el dinero que llega es poco, tanto para su faena como para vivir, pues el café que producen se compra a tres pesos el kilo y la venta de caña ha caído aún más. Los políticos, dijo, se toman la foto pero no entregan víveres, y es difícil transportar las donaciones en especie que reciben. Para colmo, muchos de los que llegan a su albergue son migrantes falsos, halcones o extraños que intentan intimidarlas.
Pero ni Norma Romero ni sus compañeras se desaniman. La atención mediática que han recibido, incluso desde antes del premio de la CNDH, les ha traído desde los depósitos más austeros en su cuenta bancaria hasta manos extras que van durante temporadas a trabajar. Venden salsas para recaudar fondos, pero también tienen planes para ser autosuficientes.
“Tengo fe en que las cosas pueden cambiar porque Dios es grande, pero también tengo confianza en los jóvenes”, dijo. “Que digan ‘yo propongo’, ‘yo hago’; esa es la esperanza de toda la gente indígena”.
Para más información sobre cómo apoyar a la causa de Las Patronas, se les puede seguir en su cuenta de Twitter (@LasPatronas_dh) o escribir a lapatrona.laesperanza@gmail.com.